El realismo
mágico en La casa de los espíritus
Entre
los principales exponentes del realismo mágico están el guatemalteco Miguel Ángel
Asturias y el colombiano Gabriel García Márquez, ambos galardonados con el Premio
Nobel de literatura, aunque muchos aclaman como padre del realismo mágico a
Juan Rulfo también. El realismo mágico se desarrolló fuertemente durante las
décadas de los años 60 y 70, producto de las discrepancias entre dos visiones
que convivían en Hispanoamérica en ese momento: la cultura de la tecnología y
la modernidad, por un lado, y la cultura de la superstición, la magia y las
tradiciones, por otro. Apostó por unirlos. Y surgió, como modo de reaccionar contra
los regímenes dictatoriales de la época, una forma de denuncia suavizada y
simbólica.
El
realismo mágico se define como la preocupación estilística y el interés de
mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano, común y verosímil. No es una
expresión literaria fantástica; es, sobre todas las cosas, una actitud frente a la
realidad.
Una
de las obras más representativas de este estilo es Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que funde la
realidad narrativa con elementos fantásticos y fabulosos. Supone la fusión de
realidad y magia; supersticiones y leyendas se unen a la Historia sin que sea
fácil la delimitación de ambos polos. La fantasía resulta verosímil, creíble al
lector.
La Generación
americana de 1972, cuyos años de vigencia o gestión se extienden más allá, ha
sido también denominada generación del 70. Pertenecen a ella escritores como
Antonio Skármeta, Isabel Allende y Luis Sepúlveda. Les une el gusto por la
recuperación de temas y tendencias tradicionales a las que intentan dar una
nueva visión, revitalizando el realismo mágico del «boom» anterior.
Dentro
de esta Generación, hay críticos que agrupan en torno al concepto de «narrativa
femenina» a Laura Esquivel o Isabel Allende. Las escritoras presentan algunas
características generales comunes: la temática gira entorno a situaciones
problemáticas y a momentos angustiosos del mundo de la mujer, como la muerte de
Rosa y Barrabás a ojos de Clara, o la
tortura incesante practicada a Alba en La
casa de los espíritus. Aspectos conflictivos de la condición femenina son
tratados abiertamente: dificultades y desengaños en la relación de pareja (Blanca Trueba y Pedro Tercero), situaciones íntimas a ratos cargadas de
erotismo y casi siempre dolorosas y amargas; otras se convierten en verdaderas
confesiones o desnudamientos de almas; hay también alusiones
autobiográficas (la familia Allende en su entorno político, al final de la
obra) y siempre están presentes la sensibilidad y la ternura (es lo que define
a las cuatro grandes mujeres de la obra), que luchan por sobrevivir en una
sociedad aún dominada por el varón, como se ve con el autoritarismo patriarcal
de Esteban Trueba en Las Tres Marías; otro aspecto común es la mezcla de los
problemas femeninos con referencias a situaciones políticas (función ideológica
que se ha querido dar a las obras o a su interpretación; en efecto, se ha dicho
con frecuencia que el régimen militar en Chile fue el hecho que
mayoritariamente motivó e influyó en las obras de los escritores nacionales de
las últimas décadas, tanto de los que salieron del país como de los que se
quedaron o regresaron a él), en donde mujeres como Nívea Del Valle luchan por
conseguir el sufragio universal y poder tener derecho al voto, yendo a las
fábricas para «educar» a las mujeres y hombres de cara a unas futuras
elecciones en las que se alce el partido liberal.
Las
propiedades que surgen de la realidad y se observan en La casa son las siguientes: clarividencia (como con la niña Clara
desde pequeña, anunciando terremotos, su boda con E. Trueba y muertes, incluso
la suya misma: «Clara anunció que había otro muerto en la casa»), levitación, vidas largas al estilo bíblico
(E. Trueba), milagros, enfermedades mitad imaginarias que son exageradas (Blanca
Trueba) y el propio uso de la hipérbole
(se puede recordar el tamaño perro Barrabás, que asemeja la autora a un
camello, y que además aumenta al morir; o los nueve años sin hablar que pasa Clara
Del Valle). El papel del escritor es dar
lo mágico por sentado.
Como características principales se suelen
encontrar las siguientes:
1.
Contenido de elementos mágicos/ficticios y
hazañas épicas, percibidos por los personajes como parte de la «normalidad» o
cotidianidad, como los viajes del tío
Marcos, a pie o volando, encontrando multitud de animales exóticos, cultura ancestrales, etc.; o como el desfile
continuo en la gran casa de la esquina de futurólogos, clarividentes,
espiritistas, comunicadores del más allá…, todo
recogido en un cuaderno que leerá Clara Del Valle; o como la plaga de
hormigas que ataca Las tres Marías y que, después de pesticidas y técnicos
gringos, son espantados por Pedro García simplemente hablándoles; o la transformación de lo común y cotidiano en
una vivencia que incluye experiencias sobrenaturales o fantásticas: vemos a Clara hablando con espíritus,
levitando o moviendo objetos como un salero, tocar el piano distancia, predecir
terremotos y muertes.
2. Elementos mágicos, mítico-legendarios y, por lo
regular, nunca explicados, como el
enorme tamaño del perro Barrabás, que
parece un monstruo sacado de los mitos ancestrales.
3. Se pueden apreciar en el contenido de la novela
representaciones de mitos y leyendas que por lo general son latinoamericanas, y
Nívea Del Valle se las contaba a sus hijas, como lo haría aquella sociedad chilena a
principios del siglo XX. La presencia de
lo maravilloso en esta narrativa viene desde muy distintos lugares americanos
(árboles enormes, como el que subían los niños que querían dejar de serlo a
modo de rito de iniciación en la madurez).
4.
Contiene multiplicidad de narradores y voces
(combina primera y tercera persona), con el fin de darle distintos puntos de
vista a una misma idea y mayor complejidad al texto, como en La casa de los
espíritus, con narradores en primera persona como Esteban Trueba con otros en tercera persona, pero que realmente es la niña Alba, narradora
principal que conoce toda la historia de lo narrado desde el futuro.
5. Anticipación narrativa (prolepsis): a través de verbos en condicional, la autora
puede adelantar acontecimientos que transmiten en código el realismo mágico,
como futuros realizables expresados desde el presente narrativo, a modo de
predicciones del narrador: «(…) en los años posteriores recordaría su infancia
como un periodo luminoso», «No sabía que
(…) volvería a verla por un instante fugaz muchos años más tarde», «Clara no
había dicho ni una palabra en dos días y pasarían tres más antes que la familia
se alarmara por su silencio». Pretende crear expectación para que el lector continue
la lectura.
6.
El fenómeno de la muerte es recurrente y
trascendente, es decir, los personajes pueden morir y luego volver a aparecerse
de modo fantasmal (como Férula y Clara).
En
el realismo mágico encontramos precisamente lo real presentado como maravilloso,
o bien lo maravilloso presentado como real. Los sucesos más fantásticos no se
presentan, como sucedería en el cuento fantástico tradicional, como algo que
asombra tanto a personajes como a lectores, sino como parte de la realidad
cotidiana. Asimismo lo real, lo cotidiano, el paseo por la calle, la
reunión de amigos o simplemente ponerse un jersey pueden tornarse en algo fantástico y
maravilloso en la narrativa hispanoamericana.
Latinoamérica,
en el contexto de los años anteriores a la publicación de Allende, fue
desgarrada por una época de opresión. Sin embargo, en Allende, semejante
herencia, que se transmite en los pecados familiares, promete redención vía solidaridad y
compasión, gracias a la transformación de Esteban Trueba, impulsado por la
ternura y amor de las mujeres de la obra.
En La casa de los espíritus destaca la
unión de lo cotidiano y lo insólito con descripciones hiperbólicas como la belleza divina o celestial de Rosa Del
Valle, casualidades surreales y
acontecimientos sobrenaturales rutinarios: aparecen allí, por ejemplo,
un patriarca autoritario y todopoderoso achicado (empequeñecido de alma y cuerpo)
por la maldición de su hermana Férula, o una caprichosa niña adivina, Clara, o
las advertencias del Más Allá. Estas mágicas imágenes son las realidades de la
visión del artista y la tradición folclórica latinoamericana.
Por
su semejanza con los sueños, dado que en el sueño aparecen realidades casi
fantasmagóricas, mágicas, Allende defendió el papel de los sueños en su
narrativa, al recordar que ella se crió en un ambiente familiar donde se
hablaba tanto de sueños, pesadillas: «El mundo de los sueños nos informa mucho
sobre la realidad. En los sueños se me resuelven cosas, suenan como campanas de
alerta que me permiten fijarme en algo que de otra forma no atendería»; Clara
Del Valle será una maestra en su interpretación y desde niña ayuda los
habitantes del pueblo a descifrar los suyos.
Por
último, la presencia de los muertos, por ejemplo, viene en ayuda de los vivos.
Así Clara ayuda a Alba a resistir la tortura y luego vendrá en busca de su
esposo para acompañarle en la hora de la muerte. También encontramos
maldiciones que se cumplen, premoniciones que se verifican, objetos que se
mueven y espíritus que vienen a despedirse, como Férula en la gran casa de la
esquina. La autora invoca en la obra a los muertos, para que sean parte de la
realidad, en la medida en que la memoria se incrusta en los objetos, lugares y
personas que nos han conocido. Los muertos desde el más allá están en contacto
con los vivos en una aparente comunión que al lector le resulta verosímil,
creíble, y ahí es donde radica el realismo mágico.
Realidad
chilena en La casa de los espíritus
En
esta novela se narra la historia de cuatro generaciones de una familia, con sus
distintas formas de pensar, de actuar y sus diferentes ideologías políticas.
Supone un reflejo de la realidad chilena del siglo XX con la evolución de una
estructura social arcaica a otra moderna.
En
1973, tras el golpe militar chileno encabezado por el General Pinochet, en el
que murió su tío, el Presidente Salvador Allende, Isabel Allende abandonó su
país. Narra en La casa de los espíritus sus recuerdos de infancia, basándose en
aquellos personajes que poblaron la vieja casona habitada, como sus abuelos.
Isabel Allende vivió los primeros momentos de la dictadura y aparece esta
vivencia en la novela, así como también aparece la visión de historia de Chile a
través de las mujeres, personajes clave, que componen esas cuatro generaciones
de la dinastía de los Trueba.
La
novela puede así dar cuenta de momentos históricos de un país y parte del
mundo, narrando sucesos que, de forma más o menos alusiva, representan los
cambios que efectivamente tuvieron: aspectos como las formas de vida (la
llegada de los primeros automóviles, de los edificios, un pueblo de casas con
techos altos, las faldas de mujer por encima de las rodillas, el teléfono y
toda la modernidad por la que pasa el tiempo), la sexualidad, las costumbres
familiares llenas de tradición, de peones que trabajan 24 horas al día y siete
días a la semana para su señor, como los
García que viven en Las Tres Marías; sin duda, nos aportarán datos
fundamentales en la constitución de la identidad colectiva del Chile del siglo
que recientemente hemos abandonado.
Concretamente, en La casa de los
espíritus observamos cómo son la niña Clara o Rosa Del Valle, criadas en
un ambiente liberal por Nívea y Severo, o
mujeres víctimas de principios del siglo XX, como la sufrida
Férula, desde el principio de la novela.
Marcelo Caddou explica que la mujer es reducida en su forma de expresarse por
una sociedad patriarcal. En la novela,
se ve a la mujer reducida a un ambiente masculino. Férula Trueba se arrepiente
constantemente de nacer mujer, observando cómo la vida se le va de las manos
sin conocer a un hombre ni el amor, cuidando de su madre enferma mientras su
hermano Esteban disfruta de la libertad de ser hombre. Es una denuncia más de
la propia autora de la realidades que conocido.
Otro
hecho destacado que aparece en la novela y que impacta en la sociedad es, por
ejemplo, la experiencia que Isabel vivió
en los años 70, y su respuesta en la novela con la que rechaza completamente la
opresión patriarcal histórica de la clase alta y militar chilena. La novela se
fundamenta en lo testimonial de los eventos y en una radiografía social
histórica: sabemos cómo esta clase alta social, una vez acabada la guerra en
Europa, se dedica a viajar, consumir en exceso, jugar al moderno golf y
olvidarse de la opresión de su pueblo y su «minoría de edad» (J. de Satigny).
La
hacienda Las Tres Marías es un fundo grande, una gran casa señorial de aquel
entonces, con casas de campesinos y campos, pocilgas, potreros, y otras
edificaciones campestres, representativa de la vida de unos grandes terratenientes
que gobernaban con vara de mando en una sociedad patriarcal oligárquica,
repartiendo el «pastel» de la tierra pero orgullosos de dar trabajo y comida a
sus trabajadores («Yo era como un padre para ellos. Con la reforma agraria nos
jodimos todos», E. T.), cuando traslucía una explotación casi
esclavista. Esta realidad encarnada en Esteban Trueba es denunciada por la
autora como imagen del atraso social chileno y su perpetuación en el siglo XX.
El mismo Esteban quiere educar a sus jornaleros y monta una escuela, pero no
quiere enseñarles más allá de sumar y restar y leer, por miedo a que empiecen a
pensar y reclamen ideas «bolcheviques», según dice, sobre la reducción de la
jornada laboral, días libres, salario mínimo, sufragio universal y sindicatos.
Casi
al final de la obra, Isabel Allende nos enseña cómo el acontecimiento de la Reforma agraria se
produce con la llegada de Salvador Allende, la izquierda marxista, al poder. La
tierra que tanto sudor le ha costado a Esteban Trueba le es arrebatada y
entregada a quienes la han trabajado con él desde hace años. Incluso se ve
secuestrado por los campesinos a quienes Allende ofrece al lector como ingenuos
e incultos, niños incapaces de saber qué hacer con el poder porque nunca lo han
tenido. Tanto es así que destrozan la gran hacienda «en menos de un año».
Esta
es la visión de la autora, el reflejo literario de lo que ella vivió desde
niña, recuperado para plasmarlo en la obra. Sin duda la obra es una síntesis de
aquella realidad política y social.
Este
es el último momento narrativo en donde la realidad chilena se ve mejor
plasmada. Desde la subida al poder del presidente izquierdista (1970), electo por el pueblo, en su trasunto real, Salvador Allende (en contra de lo que pronosticó Miguel, el guerrillero que sólo creía en la
revolución de la izquierda a través de la violencia, como en todos los otros
países), éste debe pactar con los
partidos de izquierda: así ocurrió y así nos lo cuenta la autora. Pero era
evidente tras el vuelco político que el Partido Conservador no iba a quedarse
con los brazos cruzados, y se alía con los gringos, con la CIA estadounidense
que tampoco quería una revolución marxista en el sur. La ficción nos enseña esa
alianza con dos cometidos: en primer lugar, envolver al país en una escena de
sabotaje económico, sobornando a los transportistas y muchos más para que los
productos no lleguen a los puntos de venta, lo cual provocaría desequilibrio
social (enormes y serpenteantes colas reales para comprar, comercio negro,
gasolina en medidas, falta de productos para el abastecimiento general, hambre,
peleas, robos, asesinatos…, todo un tumulto social), que facilitaría fomentar
el odio a la izquierda, lo cual serviría a los conservadores para minar la
imagen comunista, marxista, y señalarlos como niños imberbes incapaces de
gobernar a su hijo social, a lo que añadieron el control de los medios de
comunicación a golpe de talonario; en segundo lugar, sea aliaron con los
«gringos» del norte, con la aviación, y a las órdenes de Augusto Pinochet (no
aparece su nombre en la ficción), bombardearon la casa presidencial y dieron un
golpe de estado para tomar el país, sumiendo a este en una dictadura militar
que se prolongó muchos años (1973-1988), y juzgada posteriormente por las graves violaciones a los derechos
humanos.
Este
es el macrocontexto que puntualiza la autora hasta el final de la obra: una
denuncia del caciquismo chileno encarnado en Esteban, de su dictadura familiar,
que al final de la obra, por el odio acumulado y la incomprensión, desemboca en
la tragedia de la que él primeramente forma parte, pero que después observa que
«Se les ha ido de las manos», y de la que reniega al final de su vida.
Pero
también Isabel Allende agrega una microhistoria trascendente (capítulo
XIV), una tragedia anunciada antes por
Clara: el rapto de Alba del brazo de su abuelo Esteban, su maltrato y vejación, palizas y violaciones y taras
físicas burlonas a manos de la corrupción policial, encarnada ahora en Esteban
García, el bastardo al que el senador Trueba no dio la recompensa (la herencia
del primogénito) y así se la cobra. Son
tramas que han sido denunciadas y conocidas en aquel Chile convulso y caótico. Muestra cómo huyen Pedro Tercero y Blanca Trueba, escondidos hacia Canadá, en una huida que
bien puede ser comparada con la que la propia autora tuvo que sufrir tras el
Golpe de estado, u otros exiliados.
El hogar de Severo y Nívea Del Valle simboliza
el pensamiento liberal, encarnado en ambos: él tuvo toda la vida interés en
convertirse en el cabeza y organizador del Partido Liberal, pero cuando lo nombran su representante se
echa atrás al enterarse de que le han intentado envenenar por su ideología en
defensa de los derechos del pueblo. Es una nueva denuncia de la autora del
mundo corrupto y violento de la política que conoció. Nívea representa a la
mujer liberal, la feminista luchadora por el hecho de que las mujeres cobren un lugar
destacado y justo en la sociedad latinoamericana (derecho a voto femenino
presidencial conseguido en Chile en 1952).
No olvida
la autora a dos figuras del mundo artístico: mueren en la obra «el poeta»,
trasunto del poeta chileno Pablo Neruda,
y Pedro Tercero García, trasunto del cantautor Víctor
Jara, ambos en 1973.
En
definitiva, la trama de La casa,
como la de Cien años, se reduce a la
historia de una familia, la familia Trueba, que sirve como núcleo narrativo de
un discurso más amplio que abarca el devenir histórico de un país implícito,
Chile, dentro de un periodo que cubre en general el siglo XX, una familia que,
a través de sus generaciones, reedita el devenir político-económico de su
comunidad.
Aspectos
políticos y sociales de La casa de los
espíritus
En
esta novela se narra la historia de cuatro generaciones de una familia, con sus
distintas formas de pensar y de actuar y sus diferentes ideologías políticas;
supone un reflejo de la realidad chilena del siglo XX con la evolución de una
estructura social arcaica a otra más moderna.
En
1973, tras el golpe militar chileno encabezado por el General Pinochet, en el que murió su tío, el
presidente Salvador Allende, Isabel Allende abandonó su país. La dictadura en
este momento social más adelantado en Europa o América del norte marcó su vida.
Isabel Allende video los primeros momentos de la dictadura y aparece esta
vivencia la novela.
La
novela puede así dar cuenta de cómo fue la sociedad y la política chilena en
una época que comprende desde los años 20 hasta los años 70 del siglo XX:
retrata los cambios que efectivamente hubo, como la reformas de vida (la llegada
de los primeros automóviles como el de Severo,
de los edificios, a un pueblo de casa con techos altos, las faldas de
mujer por encima de las rodillas, el teléfono y
toda la modernidad por la que pasa el tiempo), la sexualidad, las costumbres familiares
llenas de tradición, de peones que trabajan 24 horas al día y siete días a la
semana para su señor, como los García que viven en Las Tres Marías; sin duda,
nos aportarán datos fundamentales en la constitución de la identidad colectiva
del Chile del siglo que recientemente hemos abandonado. Concretamente, en La casa de los espíritus, observamos cómo son la niña Clara o Rosa
Del Valle, criadas en un ambiente liberal por Nívea y Severo, o mujeres víctimas de principios del siglo XX,
como la sufrida Férula, desde el
principio de la novela.
Otro
hecho destacado que aparecen la novela y que impacta en la sociedad es, por
ejemplo, la experiencia que Isabel vivió
en los años 70, y su respuesta en la novela con la que rechaza completamente la
opresión patriarcal histórica de la clase alta y militar chilena. La novela se
fundamenta en lo testimonial de los eventos y en una radiografía social
histórica: sabemos cómo esta clase alta social, una vez acabada la guerra en
Europa, se dedica a viajar, consumir en exceso, jugar al moderno golf y
olvidarse de la opresión de su pueblo y su «minoría de edad» (J. de Satigny).
La
hacienda Las Tres Marías es un fundo grande, una gran casa señorial de aquel
entonces, con casas de campesinos y campos, pocilgas, potreros, y otras
edificaciones campestres, representativa de la vida de unos grandes
terratenientes que gobernaban con vara de mando en una sociedad patriarcal
oligárquica, repartiendo el «pastel» de la tierra pero orgullosos de dar
trabajo y comida a sus trabajadores («Yo era como un padre para ellos. Con la
reforma agraria nos jodimos todos», E. T.), cuando nos vislumbraba en la
explotación casi esclavista. Esta realidad encarnada en Esteban Trueba es
denunciada por la autora como imagen del atraso social chileno y su perpetuación
en el siglo XX.
Casi
al final de la obra, Isabel Allende nos enseña cómo el acontecimiento de la Reforma agraria se
produce con la llegada de Salvador Allende, la izquierda marxista, al poder. La
tierra que tanto sudor le ha costado Esteban Trueba le es arrebatada y
entregada a quienes la han trabajado con él desde hace años. Incluso se ve
secuestrado por los campesinos a quienes allende ofrece al lector como ingenuos
e incultos, niños incapaces de saber qué hacer con el poder porque nunca lo han
tenido. Tanto es así que destrozan la gran hacienda «en menos de un año».
Esta
es la visión de la autora, el reflejo literario de lo que ella vivió desde
niña, recuperado para plasmarlo en la obra.
Desde
el capítulo XII, la cuestión política se
desencadena de manera feroz con respecto al resto de la novela, en que se nos
muestran pinceladas contextualizadoras en torno a la figura del Senador Esteban
Trueba. Pero es en este último momento
narrativo en donde la realidad política chilena se ve mejor plasmada. Desde la
subida al poder del presidente izquierdista (1970), electo por el pueblo, en su trasunto real,
salvador Allende (en contra de lo que pronosticó Miguel, el guerrillero que sólo creía en la
revolución de la izquierda a través de la violencia, como en todos los otros
países), éste debe pactar con los
partidos de izquierda: así ocurrió y así nos lo cuenta la autora. Pero era
evidente tras el vuelco político que el Partido Conservador no iba a quedarse
con los brazos cruzados, y se alía con los gringos, con la CIA estadounidense
que tampoco quería una revolución marxista en el sur. La ficción nos enseña esa
alianza con dos cometidos: en primer lugar, envolver al país en una escena de
sabotaje económico, sobornando a los transportistas y muchos más para que los
productos no lleguen a los puntos de venta, lo cual provocaría desequilibrio
social (enormes y serpenteantes colas reales para comprar, comercio negro,
gasolina en medidas, falta de productos para el abastecimiento general, hambre,
peleas, robos, asesinatos…, todo un tumulto social), que facilitaría fomentar
el odio a la izquierda, lo cual serviría a los conservadores para minar la
imagen comunista, marxista, y señalarlos como niños imberbes incapaces de
gobernar a su hijo social, aló que añadieron el control de los medios de
comunicación a golpe de talonario; en segundo lugar, sea liaron con los
«gringos» del norte, con la aviación, y a las órdenes de Augusto Pinochet (no
aparece su nombre en la ficción) bombardearon la casa presidencial y dieron un
golpe de estado para tomar el país, sumiendo a este en una dictadura militar
que se prolongó muchos años (1973-1988), y
juzgada posteriormente por las graves violaciones a los derechos
humanos.
Este
es el macrocontexto que puntualiza la autora hasta el final de la obra: una
denuncia del caciquismo chileno encarnado en Esteban, de su dictadura familiar,
que al final de la obra, por el odio acumulado y la incomprensión, desemboca en
la tragedia de la que él primeramente forma parte, pero que después observa que
«Se les ha ido de las manos», y de la que reniega al final de su vida.
El
hogar de Severo y Nívea Del Valle simboliza el pensamiento liberal, encarnado
en ambos: él tuvo toda la vida interés en convertirse en el cabeza y
organizador del Partido Liberal, pero
cuando lo nombran su representante se echa atrás al enterarse de que le han
intentado envenenar por su ideología en defensa de los derechos del pueblo, y
ver cómo el veneno embotellado en una garrafa de licor acaba en los labios de
su hermosa hija Rosa. Es una nueva denuncia de la autora del mundo corrupto y
violento de la política que conoció. Nívea representa a la mujer liberal, la
feminista luchadora por que las mujeres cobren un lugar destacado y justo en la
sociedad latinoamericana (derecho a voto femenino presidencial conseguido en
Chile en 1952). El feminismo está siempre presente en la obra para hacer frente
al patriarcado de Trueba: la columna vertebral de la obra son Nívea, Clara,
Blanca y Alba, sobre todo esta última que simboliza el futuro emergido de la
opresión.
En
definitiva, la trama de La casa,
como la de Cien años, se reduce a la
historia de una familia, la familia Trueba, que sirve como núcleo narrativo de
un discurso más amplio que abarca el devenir histórico de un país implícito,
Chile, dentro de un periodo que cubre en general el siglo XX, una familia que,
a través de sus generaciones, reedita el devenir político-económico de su
comunidad.
Personajes
El
significado de estos personajes, su calidad mágica y angelical, su primitivismo
encantador y su trágico destino nos conmueve, nos da ternura y nos conmociona al mismo tiempo.
Rosa la bella es descrita por la autora como la mujer más
hermosa del mundo. Murió envenenada por error, por cuestiones políticas (el
veneno iba destinado a su padre), sufrió una autopsia de carnicero y terminó
sepultada en un ataúd como cualquier mortal. Estaba destinada a casarse con
Esteban Trueba, pero su sino se vio truncado. Años más tarde su cuerpo será
desenterrado por Trueba para ser colocado en el mausoleo del patriarca.
Las
desatinadas genialidades del aventurero tío
Marcos lo convierten en un personaje básicamente mágico. Sus escritos de viaje (aventuras, animales
exóticos, países lejanos) serán leídos por toda la familia.
Los
mellizos Jaime y Nicolás Trueba son
el agua y el aceite. Sus vidas difieren desde pequeños, a pesar de iniciarse
juntos en correteos sin cesar por la Hacienda. Jaime decide dedicarse a
estudiar y convertirse, a través de la medicina, en el héroe social rescatador
de los enfermos y desprotegidos, dedicándose a ayudar a los más necesitados sin
sentir vergüenza ante el clasismo de su padre Esteban, llegando a regalar su
ropa a los moribundos, incluso dando sus pantalones a un mendigo, quedándose sin
calzoncillos y regresando andando a casa. Nicolás es un antihéroe, un cobarde
que continuamente busca escapar de la realidad con amoríos continuos y empresas
fracasadas antes de producirse (emparedados de carne, vuelos de zepelín…); otra vez huyendo se marcha a Asia, y consigue desasirse del materialismo
familiar buscando a un dios que le dé sentido a su existencia; desde niño buscó
comprender y aprender el espiritualismo de su madre Clara, pero como antihéroe y por más afán que ponía ni para
eso estaba dotado. Desde niño, éste buscaba siempre riñas y burlas en el
colegio hacia sus compañeros, despreciando lo que no era él, en un narcisismo
manifiesto; y era su hermano-héroe Jaime, el fuerte, el que luego tenía que ir
a sacarlo de los apuros. Lo único que compartieron de jóvenes fue el intento de
revivir el «Covadonga», el automóvil de sus abuelos, con el mismo fracaso; y
más adultos el amor por Amanda fue el detonante de su separación moral. Nicolás
la dejó embarazada y fue Jaime, una vez más, el que tuvo que practicarle un
aborto a la persona a la que también amaba y ayudar a su hermano solucicionándole
otro error. Jaime acaba siendo
«compañero» político de Pedro Tercero a escondidas. Más tarde será asesinado por sus ideas políticas y por
encontrarse en el lugar equivocado durante el Golpe de estado.
Blanca Trueba no heredó casi nada de
sus progenitores, Esteban y Clara. De niña conoció al mocoso Pedro Tercero y ya
se enamoraron, un amor que duro hasta el fin de sus vidas. Su amor por un
hombre de baja condición social le hizo enfrentarse con su padre más de una
vez y, cuando Esteban supo de esta relación, monto en cólera y persiguió a Pedro
hasta cortarle de un hachazo varios dedos de la mano. Al final Trueba no sólo
los aceptó sino que también los ayudó a escapar del nuevo régimen dictatorial.
Blanca siempre estuvo más unida a Clara, de ella tomó su humanidad para con los
demás y el idealismo.
Los
progenitores de la obra, Clara Del Valle y Esteban Trueba, corroboran el
concepto de «realismo mágico». De realismo ofrecen el constante cambio en sus
vidas, la evolución trágica de su matrimonio y también de su individualidad. Lo
mágico lo simboliza clara y en algún aspecto Esteban.
Esteban Trueba fue un joven con
dificultades económicas que progresó en una mina de oro y regresa a la finca
destrozada de sus padres para levantarla. Se enamoró de Rosa Del Valle
pero, tras su muerte y años más
tarde, se casa con Clara, su hermana
pequeña.
Lo
que les unía irónicamente era la triste incomunicación. Clara nunca amó a
Esteban; sí lo quiso. El despotismo doméstico y social de Esteban Trueba, su
primitivismo darwiniano (divide la sociedad en fuertes y débiles) le llevó en
su juventud, en Las Tres Marías, tras la muerte de Rosa, a convertirse en un
despreciable violador de aldeanas y en un violento agresor que cortó los dedos
de una mano a Pedro Tercero García. Pero lo más grave para él, y lo que nunca
se perdonó, fue levantar la mano sobre Clara y romperle los dientes. La boca de
Clara ya no volvió a ser la misma ni ella tampoco. Los ataques de ira y el
desprecio por todo lo que no es él le llevó a no ser respetado ni querido —sí
temido— por su mujer e hijos.
Esteban
Trueba era el patriarca: «Los primeros meses Esteban Trueba estuvo tan ocupado
canalizando el agua, cavando pozos, sacando piedras, limpiando potreros Y
reparando los gallineros y los establos, que no tuvo tiempo de pensar en
nada». Sufrió pobreza de niño, pero
creció pagando las deudas de su casa y todo eso le agrió el carácter. Su trato
es dictatorial y, como terrateniente, está del lado del Partido Conservador,
explotando a su antojo a los obreros, reflejo del estado socio-político del
Chile de esos momentos. El destino cruel y quizá la maldición de su hermana
Férula («achicado») le deparan una ironía trágica: su hija Blanca se relaciona
con Pedro Tercero García y da a luz una hija bastarda, Alba; y sus hijos, Jaime
y Nicolás, se dan a ideas liberales, concretamente Jaime, que comparte partido
con Pedro Tercero. Sin embargo, también
Trueba representa los valores de la familia, la tradición, la propiedad y el
orden. Pese a ello, se le considera un fracasado en el ámbito familiar, por estar distanciado de sus
hijos y su esposa.
Es
nombrado senador del Partido Conservador, aunque, afectado por el terror
que crea su propio partido, desplazado por estos cuando dan el Golpe de estado
e influido por el amor a su nieta Alba,
recapacita y maldice la represión brutal de los militares que le han
humillado.
Clara Del Valle es bondadosa, sensible y enigmática desde niña:
tiene poderes telequinéticos, levita, habla con los muertos y predice eventos,
como su propia muerte. Tras casarse con
Esteban, abandona sus tareas domésticas y se dedica por completo a estos
menesteres. Ayuda a los necesitados, protege a pobres y analfabetos y sufre mutismo
durante años por traumas como presenciar la autopsia del cadáver de su hermana
Rosa.
Es
el eje central del mundo escrito por la autora; es el centro de un universo que se conserva
gracias a ella y en función de ella. Tanto es así que al morir Clara empieza el
tiempo «del estropicio», del desastre,
desaparece el núcleo vital de la familia, se trastoca el orden dinámico de la
existencia y triunfa el caos definitivo. La clarividencia de Clara, su
desaprensión y generosidad, hacen soportable la rabiosa dictadura de Esteban
Trueba. Clara era la niña preferida de Nívea, la menor de sus numerosos hijos. Ella es la armonía de esa familia
hasta su muerte. En su entierro se ve desfilar un sinnúmero de gentes que Clara
acogía en su hogar. Todos la querían, respetaban y entendían. Durante toda su
vida estuvo escribiendo un «cuaderno de anotar la vida», que servía para ver la
verdadera dimensión de los acontecimientos y que recupera Alba más adelante para «narrar» esta
novela.
Alba, hija de Blanca y Pedro Tercero,
es el fin de la saga; si bien es cierto que al final de la obra se deja entrever que está
embarazada, terriblemente no sabe quién es el padre. Es la niña preferida
de Esteban, con la que pretende recuperarse de sus errores del pasado y redimir
su culpa. Ella también lo adora y el fin de sus vidas lo pasarán unidos y
solos. Desde niña sorprendió a todos con la habilidad de leer y comprender de
manera precoz. Creció y se dedicó a los demás, cerca de su tío Jaime, en el
hospital, y también a los que huían del régimen militar golpista, lo cual le costó muy caro: Clara regresó de
entre los muertos para avisarla de que se marchará del país por su propia
seguridad. Ella no hizo caso y siguió refugiando a campesinos y pasándolos por
la embajada sin que su abuelo lo supiera.
Finalmente, forzando el destino, es raptada por la policía militar sin
que su abuelo pudiera hacer nada. Fue
torturada, violada, vejada y atormentada durante dos meses por el
Coronel Esteban García, el bastardo primogénito del Senador Esteban Trueba. Luego fue salvada
por su abuelo gracias a la eficaz ayuda de una prostituta, Tránsito Soto. Alba
es la depositaria de todas las joyas de su abuela y del «cuaderno de anotar la
vida». Con la ayuda de este, de su abuelo y de otras fuentes compuso esta
novela.
Tránsito
Soto, personaje del más bajo estrato social, tiene un papel destacable. Desaparecida
en el grueso de la novela, aparece al final como tabla de salvación de Esteban
Trueba, para devolverle el favor (préstamo de un dinerillo que la ayudó años
atrás a montar un prostíbulo floreciente de gran calado social) de los primeros
capítulos: es fundamental en la liberación de Alba gracias a sus influencias
políticas.
Una novela
de mujeres. Simbolismo de la mujer en La
casa
Son
las mujeres las que sin expresarlo explícitamente tienen la fuerza —no poder—
en esta novela. El universo femenino representa la afectividad con la que
conquistará a todos.
Las
mujeres en la obra representan distintos momentos sociales en el devenir
histórico chileno desde los años 20 hasta los 70. Cada una de ellas lucha de
manera diferente o por causas diferentes para equipararse a los hombres en
derechos sociales y evitar la dominación machista: Nívea Del Valle simboliza el
pensamiento liberal, la vemos dando mítines en las fábricas, por ejemplo; Clara
ayuda a los necesitados, protege a pobres y analfabetos de la Hacienda, a los
que intentaban enseñar a escribir y aritmética básica en contra de Esteban,
por ejemplo, incluso se niega a repetir el nombre de su marido, Esteban, en sus
hijos varones, con la idea de impedir la continuidad de la dominación
masculina; Blanca quería a su hija sin la presencia de un varón y rechaza el
matrimonio como símbolo de sumisión; Alba es el símbolo de la denuncia tras
sufrir en sus propias carnes el abuso político y militar que materializará
escribiendo.
Estas
mujeres también destacan por sus rasgos afectivos y por educar así con cuantos
interactúan: Alba se dedicó a ayudar a los demás, cerca de su tío Jaime, en el
hospital, y también a los que huyan del régimen militar golpista (refugiando a
campesinos y pasándolos por la embajada sin que su abuelo lo supiera), lo cual le
costó muy caro: es raptada por la policía militar, torturada, violada, vejada y
atormentada durante dos meses por el Coronel Esteban García, el bastardo
primogénito del Senador E. Trueba, sin que su abuelo pudiera hacer nada. Clara es
la armonía de esta familia hasta su muerte, en cuyo entierro se ve desfilar un
sinnúmero de gentes que ella cogía en su hogar: todos la querían, respetaban y
entendían. En cuanto a Blanca, de niña conoció al mocoso Pedro Tercero y ya se
enamoraron, un amor que duró hasta el fin de sus vidas, un amor con un hombre
de baja condición social, que le hizo enfrentarse con su padre más de una vez;
además Blanca siempre estuvo más unida Clara, y de ella tomó su humanidad para
con los demás y el idealismo.
Lo
último destacable de todas estas mujeres, de esta saga de mujeres, es su
nombre: Nívea, Clara, Blanca, Alba. Son
nombres todos que se identifican con la pureza, con la perfección, con lo
absoluto el todo y lo positivo. Se asocia a la luz y a la paz. Zeus
aparece en la mitología como toro blanco, el Espíritu Santo se simboliza con
una paloma blanca, los ángeles llevan alas blancas, y es el color litúrgico. Es
también el color de la voz baja, voz queda, con la que, por ejemplo, Clara
acaba imponiendo en cierta medida sus voluntades sobre Esteban Trueba (nombres
de los hijos, educación de los campesinos, deja de hablarle a su marido para
siempre y decide «ayunar» en sus relaciones maritales).
Además
de ellas, personajes como Tránsito Soto representan la independencia. Es una
prostituta, pero «A mí nadie me ha mantenido (…) Trabajo para mí, lo que gano
me lo gasto como quiero». Al final será
la mujer a la que acuda el hombre Esteban Trueba a suplicar la ayuda de sus
influencias. Es una mujer que crece en la novela.
Allende
señalará en el epílogo: «Entonces supe que el coronel García y otros como él
tiene sus días contados porque no han podido destruir el espíritu de esas
mujeres», las cuales «son el pilar central de muchas vidas ajenas».
Simbolismo y
estructura en La casa
Los
espacios en la novela son simbólicos.
Por
un lado, está la Hacienda Las Tres Marías, que representa la vida rural en la
que se observan perfectamente las diferencias sociales encarnadas en los
señores (Esteban Trueba) y los campesinos (los García), y los abusos de
aquellos sobre estos, como las violaciones de mujeres que el patrón Trueba
llevaba a cabo. Todo ello fomentará el
rencor entre la clase baja que, siendo al principio sumisa y resignada (Pedro
García Segundo), aprovechará su
oportunidad para rebelarse contra sus patrones (Pedro García Tercero). Además es
en este espacio donde vemos surgir la fuerza de la voz popular encarnada en
figuras como Pedro García Tercero, trasunto de Víctor Jara.
La
hacienda simboliza la masculinidad. Pertenece a la familia Trueba pero estaba
abandonada. Esteban, tras morir Rosa, decide aislarse del mundo urbano, invierte
su riqueza en levantar aquella casa y su tierra, y decide gestionar y comerciar
con el ganado y los cultivos, cuidados por la familia García. Es un hogar de hombre, que impregna todo con
su orgullo, su látigo y su virilidad. Se convertirá en lugar de retiro para él
cuando se pelee con Clara. Así que se asocia con el trabajo físico y la fuerza.
Amuebla la residencia con «piezas grandes, pesadas, ostentosas, hechas para
resistir muchas generaciones y adecuadas para la vida de campo», y las acomoda
«contra las paredes, pensando en la comodidad y no la estética».
Por
otro lado, está el espacio de la casa de la esquina, que representa el mundo de
la ciudad, y con ello el poder urbano y político de senador Trueba. Es un lugar
mágico; en él transita gente de todo tipo para visitar a Clara con el fin de que esta les
ayude, así que se transforma en lugar de peregrinación y acogida. La casa de la esquina pertenece a Esteban, pero Esteban la levantará a golpe
de talonario para ofrecérsela a Rosa y apartir de ahí la casa simbolizará la feminidad. Esteban quiere que la casa refleje su riqueza y
prestigio, que en su opinión es «propio de los pueblos extranjeros», como el europeo. Posteriormente será el hogar de
Clara y ella mágicamente le dará vida: «protuberancias (...) de
múltiples escaleras torcidas que conducían a lugares vagos, de torreones, de
ventanucos que no se abrían, de puertas suspendidas en el vacío, de corredores
torcidos y ojos de buey que comunicaban los cuartos para hablarse la hora de la
siesta». Será un hogar vivo, un ser vivo más, que además crece en habitaciones
como un laberinto para recoger a los necesitados y refugiados
políticos. Tanto se asocia la casa a Clara que después de su muerte empieza
a deteriorarse y perderse este hogar. Sin embargo, Clara
permanecerá espiritualmente en la casa, y ella y su esposo hacen las paces. Su
reconciliación se refleja en la apariencia de la casa: la barrera invisible que
separaba el territorio de Esteban en la parte delantera y las estancias
posteriores de Clara desaparece, y la mansión recupera su antiguo esplendor.
Otro
espacio destacable es el prostíbulo de Tránsito Soto, lugar de recogimiento de
hombres, muchos de ellos instalados en poderes políticos. El prostíbulo va creciendo al mismo tiempo
que su dueña, gracias a la pequeña ayuda económica de Trueba muchos años atrás,
y que Tránsito supo administrar.
El
viejo Pedro García relatará a Pedro Tercero la alegoría del zorro que saqueaba
las gallinas y al final todas estas unidas expulsan al zorro a picotazos.
Dentro de la ficción, de la novela, también hay elementos simbólicos
(metasimbolismo), ya que el zorro representa a Esteban u otros terratenientes y
las gallinas al pueblo que se alía contra el explotador.
Otros
elementos simbólicos en esta obra de mujeres son los nombres: Nívea, Clara, Blanca, Alba. Son nombres todos que se
identifican con la pureza, con la perfección, con lo absoluto, el todo y lo
positivo. Sea asocia a la luz y a la paz. Zeus aparece en la mitología como
toro blanco, el Espíritu Santo se simboliza con una paloma blanca, los ángeles
llevan alas blancas, y es el color litúrgico. Es también el color de la voz
baja, voz queda, con la que, por ejemplo, Clara acaba imponiendo en cierta
medida sus voluntades sobre Esteban Trueba (nombres de los hijos, educación de
los campesinos, deja de hablarle a su marido para siempre y decide «ayunar» en
sus relaciones maritales).
En
cuanto la estructura interna, la tradición divide la obra en dos partes:
capítulos I-IX y capítulos X-XV. La primera parte gira en torno a la familia
Trueba y a Clara Del Valle como eje vertebrador, centrándose en las emociones,
elementos mágicos y en las relaciones familiares, adoptando para ello un ritmo
lento; la segunda parte, con Clara muerta (cap. IX, «Clara murió el mismo día
que Alba cumplió siete años»), se centra en los acontecimientos políticos y
testimoniales, con Alba como eje vertebrador y con un ritmo acelerado.
En el
epílogo Alba ha salido de la cárcel y llega a la casa de la esquina. Con
heridas físicas y psicológicas presencia el último aliento de su abuelo
Esteban, ya arrepentido de su pasado férreo. Aquí Alba aprovecha para
explicarnos cómo escribe la novela, con un discurso que desemboca en mayor
circularidad al ver a un Esteban caído y vaciado de poder, como inició la
novela, y a Alba señalando que empezó a conocer esta historia gracias al cuaderno
de Clara, que empezaba con caligrafía infantil: «Barrabás llego a la familia
por vía marítima (…)».
Ahondando
en esta circularidad estructural, también se observa la violencia desde el
inicio y en la conclusión en dos personajes femeninos: Rosa muere tras ingerir erróneamente un
veneno mezclado con licor que iba dirigido a su padre, Severo, por parte de su
rivales políticos para quitárselo de en medio; Alba será torturada en la cárcel
por cuestiones políticas igualmente. Asimismo al principio Esteban Trueba viola a Pancha García en su hacienda
y al final Esteban García viola a alba en la cárcel (venganza contra Esteban
Trueba), ambas escenas descritas con
brutalidad.
La figura
del narrador (polifonía) en La casa de
los espíritus
La casa de los espíritus es una novela
con pretensión testimonial de los acontecimientos sucedidos en Chile durante
siglo XX. Ese testimonio será ofrecido por la autora, pero utilizará un recurso
literario en busca de cierta objetividad a la hora de relatar los hechos: un
juego de voces (polifonía), un juego de
narradores y fuentes, que recuerda a lo que hiciera Cervantes con El Quijote. Aunque será una tarea difícil para ella porque es parte implicada
emocionalmente: «Es una delicia para mí leer los cuadernos de esa época, donde
se escribe un mundo mágico que se acabó».
El
momento en que se nos desvelarán las cuestiones narrativas de manera total será
en el epílogo, por lo que el lector debe mostrarse interactivo durante la
novela tratando de averiguar quiénes son esos dos narradores que se alterna al
principio, por ejemplo, y otras voces.
El
epílogo es narrado por Alba, la nieta de Esteban Trueba, y explica
acontecimientos y también cuestiones sobre la técnica narrativa, por ejemplo,
cuando apunta: «Mi abuelo tuvo la idea de que escribiéramos esta historia». Así
que aquí tenemos dos de las voces: la propia Alba, testigo de muchos
acontecimientos, y Esteban, que de momento actuará como relator transmisor de
aquella historia que Alba desconoce por la distancia de los años o por la
ausencia en la vida de este en momentos concretos (cuando Alba está en la
cárcel y todo lo que tiene que mover y luchar su abuelo para ayudarla). Alba lo
manifiesta así: «Empecé a escribir con la ayuda de mi abuelo», y también con
«de su puño y letra escribió varias páginas», en donde nos señala que, además
de una voz relatora en la intimidad, Esteban también se dedicó a escribir
varias partes como un narrador en primera persona protagonista, que participó
de los acontecimientos novelados (aunque esto último se puede adivinar durante
relato): «Descubrí eso a los 16 años y nunca lo he olvidado»; o en tono confesional: «Una vez me preguntó mi nieta cómo pude vivir
tanto tiempo solo y tan alejado de la civilización».
Aquí
nos indica Alba que para desarrollar la historia ha recurrido a todo tipo de
fuentes, voces no humanas incluidas, como álbumes familiares, retratos, cartas
o cuadernos. Ella será la depositaria de esas huellas familiares; será el
elenco de esas voces que resuenan: «Me
entero de las cosas a través de los cuadernos de Clara, las cartas de mi
madre, los libros de administración de Las Tres Marías (…) que ahora están
sobre la mesa al alcance de la mano».
Sin
embargo, Alba no sólo aparece como narradora testigo sino que también será
protagonista de sus peripecias. Y, a través de los cuadernos de su abuela
Clara, por ejemplo, se convertirá también en narradora omnisciente que
interpretará y juzgará esa información, por
lo que el relato alternará voces en primera persona con la voz de Alba en
tercera persona omnisciente.
Los
papeles/roles del hombre y de la mujer en La
casa
En
primer lugar, debemos tener en cuenta que en cualquier obra de arte el autor
deposita su vida, sus deseos, sus miedos, etc., ya sea lo que él es o lo que él
quiera ser. En este sentido, Allende
proyectó en sus personajes realidades vividas, de carne y hueso, como los abuelos Esteban y Clara, que se asemejan
a los suyos, o como el influjo de una sociedad patriarcal en la que ella misma
se educó. Con ello queda patente que en su lucha por buscar una
sociedad más justa realzó el papel de las mujeres como elemento conciliador,
sensible y armonioso. Las mujeres crean y mantienen lazos más fuertes e
intensos que los hombres, más allá incluso de la muerte (Clara se le aparece a
Alba en la cárcel para fortalecerla y darle una herramienta fundamental: la
escritura, con la que no olvidar lo que está viviendo, y esa vida quede como testimonio
vivo).
Blanca
Trueba de niña conoció al mocoso Pedro Tercero y ya se enamoraron; un amor que
duró hasta el fin de sus vidas. Su amor por un hombre de baja condición social
le hizo enfrentarse con su padre más de una vez; cuando Esteban supo de esta
relación, montó en cólera y persiguió a Pedro hasta cortarle de un hachazo
varios dedos de la mano. Al final Trueba no sólo los aceptó sino que también
los ayudó a escapar del nuevo régimen dictatorial. En este sentido sirve de
enlace entre el mundo urbano de los terratenientes y el campesino de los García.
Clara
Del Valle es bondadosa, sensible y enigmática desde niña: tiene poderes
telequinéticos, levita, habla con los muertos y predice eventos, como su propia muerte. Tras casarse con Esteban,
abandona sus tareas domésticas y se dedica por completo a estos menesteres: ayuda a los necesitados, protege a pobres y analfabetos y sufre mutismo durante
años por traumas como presenciar la autopsia del cadáver de su hermana
Rosa.
Es
el eje central del mundo escrito por la autora. Es el centro de un universo que se conserva
gracias a ella y en función de ella. Tanto es así que al morir Clara empieza el
tiempo «del estropicio», del desastre,
desaparece el núcleo vital de la familia, se trastoca el orden dinámico de la
existencia y triunfa el caos definitivo. La clarividencia de Clara, su
desaprensión y generosidad, hacen soportable la rabiosa dictadura de Esteban
Trueba. Clara era la niña preferida de Nívea, la menor de sus numerosos hijos. Ella es la armonía de esa familia
hasta su muerte. En su entierro se ve desfilar un sinnúmero de gentes que ella
acogía en su hogar: todos la querían, respetaban y entendían.
Alba,
hija de Blanca y Pedro Tercero, es la encargada de finalizar la saga. Con
respecto a su abuelo Esteban, es su niña preferida, con la que pretende
recuperarse de sus errores del pasado y redimir su culpa. Ella también lo adora
y el fin de sus vidas lo pasarán unidos y solos. Desde niña sorprendió a todos
con la habilidad de leer y comprender de manera precoz. Creció y se dedicó a
los demás, cerca de su tío Jaime, en el hospital, y también a los que huían del
régimen militar golpista, lo cual le
costó muy caro: Clara regresó de entre los muertos para avisarla de que se marchara
del país por su propia seguridad. Ella no hizo caso y siguió refugiando a
campesinos y pasándolos por la embajada sin que su abuelo lo supiera. Finalmente, forzando el destino, es raptada
por la policía militar sin que su abuelo pudiera hacer nada. Fue torturada, violada, vejada y atormentada
durante dos meses por el Coronel Esteban García, el bastardo primogénito del
Senador Trueba. Fue salvada por su abuelo gracias a la eficaz ayuda de una
prostituta, Tránsito Soto. Alba es la depositaria de todas las joyas de su
abuela y del «cuaderno de anotar la vida». Con la ayuda de este, de su abuelo y
de otras fuentes compuso esta novela.
Lo
último destacable de todas estas mujeres, de esta saga de mujeres, es su
nombre: Nívea, Clara, Blanca, Alba. Son
nombres todos que se identifican con la pureza, con la perfección, con lo
absoluto, el todo y lo positivo. Sea asocia a la luz y a la paz. Zeus
aparece en la mitología como toro blanco, el Espíritu Santo se simboliza con
una paloma blanca, los ángeles llevan alas blancas, y es el color litúrgico. Es
también el color de la voz baja, voz queda, con la que, por ejemplo, Clara
acaba imponiendo en cierta medida sus voluntades sobre Esteban Trueba (nombres
de los hijos, educación de los campesinos, deja de hablarle a su marido para
siempre y decide «ayunar» en sus relaciones maritales).
Además
de ellas, personajes como Tránsito Soto representan la independencia. Es una
prostituta, pero «A mí nadie me ha mantenido (…) Trabajo para mí, lo que gano
me lo gasto como quiero». Al final será
la mujer a la que acuda el hombre Esteban Trueba a suplicar la ayuda de sus
influencias. Es una mujer que crecen la novela.
Las
mujeres acaban siendo un retrato de la humanidad del siglo XX en su búsqueda
por la igualdad entre hombres y mujeres, pobres y ricos, ciudad y campo.
En
cuanto la figura de los hombres, suponen un universo mas desorganizado, con
rivalidades, reyertas y odios.
Severo
Del Valle inicia la saga con ciertas andaduras políticas en el bando
progresista. Pero ya intentan asesinarle para quitárselo de en
medio.
Esteban
Trueba ya odió a su padre y tuvo mala relación con su progenie masculina, Jaime
Nicolás, por no saber adaptarse a los cambios ni comprenderlos: «No puedes
impedir que el mundo cambie, Esteban», le dice Clara. Sus hijos se sitúan políticamente
al otro extremo, y también aprenden de su madre valores positivos, como la solidaridad.
Así que Esteban siempre está solo o en riña con alguien.
Al
final de sus días, acaba muriendo a solas con Alba y arrepentido de toda su
brutalidad varonil, que le condujo al rechazo y aislamiento. Junto a su nieta
Alba cambia. Su rol entonces es el de representar la esperanza para estos
caracteres e ideologías, que, ayudados por el cariño y emociones (mundo
afectivo) de los roles femeninos, consiguen evolucionar y retractarse de su
pasado odioso. Ayuda, por ejemplo, a Pedro Tercero a huir y busca todas las
formas para rescatar Alba. Se opera en él un proceso transformador hacia la
humanización.
De
Jaime y Nicolás también aporta la autora cercanías con sus propios tíos reales, por
ejemplo, uno de ellos es médico. Jaime se revela como un personaje interesado
por la justicia social, sobre todo en el hospital. Y ambos rivalizan no sólo
entre ellos sino también con su padre, como se decía más arriba.
Esteban
García, nieto bastardo de Trueba y Pancha García, sigue el camino de la
violencia y la venganza entre hombres que tanto horror han causado en la
historia, y que Allende pretende manifestar como un error humano con un camino
cortado que no progresa ni evoluciona. Además del odio por la violación de su abuela, también le alimenta el rencor saberse bastardo, porque nunca heredará
nada de su patrón-abuelo.
Espacios: La
gran casa de la esquina y Las Tres Marías
Los
espacios en la novela son simbólicos.
Por
un lado, está la Hacienda Las Tres Marías, que representa la vida rural en la
que se observan perfectamente las diferencias sociales encarnadas en los
señores (Esteban Trueba) y los campesinos (los García), y los abusos de
aquellos sobre estos, como las violaciones de mujeres que el patrón Trueba
llevaba a cabo. Todo ello fomentará el
rencor entre la clase baja que, siendo al principio sumisa y resignada (Pedro
García Segundo), aprovecharás su
oportunidad para rebelarse contra sus patrones (Pedro García Tercero). Además es
en este espacio donde vemos surgir la fuerza de la voz popular encarnada en
figuras como Pedro García Tercero, trasunto de Víctor Jara.
La
hacienda simboliza la masculinidad. Pertenece a la familia Trueba pero estaba
abandonada. Esteban, tras morir Rosa, decide «exiliarse» al mundo rural, invierte
su riqueza en levantar aquella casa y su tierra, decide gestionar y comerciar
con el ganado y los cultivos, cuidados por la familia García. Es un hogar de hombre, que impregna todo con
su orgullo, su látigo y su virilidad. Se convertirá en lugar de retiro para él
cuando se pelee con Clara. Así que se asocia con el trabajo físico y la fuerza.
Amuebla la residencia con «piezas grandes, pesadas, ostentosas, hechas para
resistir muchas generaciones y adecuadas para la vida de campo», y las acomoda
«contra las paredes, pensando en la comodidad y no la estética».
Por
otro lado, está el espacio de la casa de la esquina, que representa el mundo de
la ciudad, y con ello el poder urbano y político de senador Trueba. Es un lugar
mágico, en él transita gente de todo tipo a visitar a Clara para que esta les
ayude, así que se transforma en lugar de acogida y peregrinaje. Pertenece a Esteban, pero Esteban la levantará a golpe
de talonario para ofrecérsela Rosa y desde entonces la casa de la esquina
simboliza la feminidad Esteban quiere que la casa refleje su riqueza y
prestigio, que en su opinión es «propio de los pueblos extranjeros», como el europeo. Con el tiempo será el hogar de
Clara, y ella mágicamente le dará vida: «protuberancias (...) de
múltiples escaleras torcidas que conducían a lugares vagos, de torreones, de
ventanucos que no se abrían, de puertas suspendidas en el vacío, de corredores
torcidos y ojos de buey que comunicaban los cuartos para hablarse a la hora de la
siesta»; será un hogar vivo, un ser vivo más, que además crece en habitaciones
como un laberinto para recoger a los necesitados de esta y refugiados
políticos. Tanto se asocia la casa a Clara que después de ella empieza
a deteriorarse y perderse este hogar. Sin embargo, tras su muerte, Clara
permanece espiritualmente en la casa, y ella y su esposo hacen las paces. Su
reconciliación se refleja en la apariencia de la casa: la barrera invisible que
separaba el territorio de Esteban en la parte delantera y las estancias
posteriores de Clara desaparece, y la mansión recupera su antiguo esplendor.