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jueves, 3 de septiembre de 2015

El realismo mágico en La casa de los espíritus


El realismo mágico en La casa de los espíritus
Entre los principales exponentes del realismo mágico están el guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el colombiano Gabriel García Márquez, ambos galardonados con el Premio Nobel de literatura, aunque muchos aclaman como padre del realismo mágico a Juan Rulfo también. El realismo mágico se desarrolló fuertemente durante las décadas de los años 60 y 70, producto de las discrepancias entre dos visiones que convivían en Hispanoamérica en ese momento: la cultura de la tecnología y la modernidad, por un lado, y la cultura de la superstición, la magia y las tradiciones, por otro. Apostó por unirlos. Y surgió, como modo de reaccionar contra los regímenes dictatoriales de la época, una forma de denuncia suavizada y simbólica.
El realismo mágico se define como la preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano, común y verosímil. No es una expresión literaria fantástica; es, sobre todas las cosas, una actitud frente a la realidad.
Una de las obras más representativas de este estilo es Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que funde la realidad narrativa con elementos fantásticos y fabulosos. Supone la fusión de realidad y magia; supersticiones y leyendas se unen a la Historia sin que sea fácil la delimitación de ambos polos. La fantasía resulta verosímil, creíble al lector.
La Generación americana de 1972, cuyos años de vigencia o gestión se extienden más allá, ha sido también denominada generación del 70. Pertenecen a ella escritores como Antonio Skármeta, Isabel Allende y Luis Sepúlveda. Les une el gusto por la recuperación de temas y tendencias tradicionales a las que intentan dar una nueva visión, revitalizando el realismo mágico del «boom» anterior.
Dentro de esta Generación, hay críticos que agrupan en torno al concepto de «narrativa femenina» a Laura Esquivel o Isabel Allende. Las escritoras presentan algunas características generales comunes: la temática gira entorno a situaciones problemáticas y a momentos angustiosos del mundo de la mujer, como la muerte de Rosa y  Barrabás a ojos de Clara, o la tortura incesante practicada a Alba en La casa de los espíritus. Aspectos conflictivos de la condición femenina son tratados abiertamente: dificultades y desengaños en la relación de pareja (Blanca Trueba y Pedro Tercero), situaciones íntimas a ratos cargadas de erotismo y casi siempre dolorosas y amargas; otras se convierten en verdaderas confesiones o desnudamientos de almas; hay también alusiones autobiográficas (la familia Allende en su entorno político, al final de la obra) y siempre están presentes la sensibilidad y la ternura (es lo que define a las cuatro grandes mujeres de la obra), que luchan por sobrevivir en una sociedad aún dominada por el varón, como se ve con el autoritarismo patriarcal de Esteban Trueba en Las Tres Marías; otro aspecto común es la mezcla de los problemas femeninos con referencias a situaciones políticas (función ideológica que se ha querido dar a las obras o a su interpretación; en efecto, se ha dicho con frecuencia que el régimen militar en Chile fue el hecho que mayoritariamente motivó e influyó en las obras de los escritores nacionales de las últimas décadas, tanto de los que salieron del país como de los que se quedaron o regresaron a él), en donde mujeres como Nívea Del Valle luchan por conseguir el sufragio universal y poder tener derecho al voto, yendo a las fábricas para «educar» a las mujeres y hombres de cara a unas futuras elecciones en las que se alce el partido liberal.
Las propiedades que surgen de la realidad y se observan en La casa son las siguientes: clarividencia (como con la niña Clara desde pequeña, anunciando terremotos, su boda con E. Trueba y muertes, incluso la suya misma: «Clara anunció que había otro muerto en la casa»), levitación, vidas largas al estilo bíblico (E. Trueba), milagros, enfermedades mitad imaginarias que son exageradas (Blanca Trueba) y el propio uso de la hipérbole (se puede recordar el tamaño perro Barrabás, que asemeja la autora a un camello, y que además aumenta al morir; o los nueve años sin hablar que pasa Clara Del Valle). El papel del escritor es dar lo mágico por sentado.
Como  características principales se suelen encontrar las siguientes:
1.     Contenido de elementos mágicos/ficticios y hazañas épicas, percibidos por los personajes como parte de la «normalidad» o cotidianidad, como  los viajes del tío Marcos, a pie o volando, encontrando multitud de animales exóticos, cultura ancestrales, etc.; o como el desfile continuo en la gran casa de la esquina de futurólogos, clarividentes, espiritistas, comunicadores del más allá…, todo  recogido en un cuaderno que leerá Clara Del Valle; o como la plaga de hormigas que ataca Las tres Marías y que, después de pesticidas y técnicos gringos, son espantados por Pedro García simplemente hablándoles; o  la transformación de lo común y cotidiano en una vivencia que incluye experiencias sobrenaturales o fantásticas: vemos a Clara hablando con espíritus, levitando o moviendo objetos como un salero, tocar el piano distancia, predecir terremotos y muertes.
2.    Elementos mágicos, mítico-legendarios y, por lo regular, nunca explicados, como  el enorme tamaño del perro Barrabás,  que parece un monstruo sacado de los mitos ancestrales.
3.   Se pueden apreciar en el contenido de la novela representaciones de mitos y leyendas que por lo general son latinoamericanas, y Nívea Del Valle se las contaba a sus hijas, como lo haría aquella sociedad chilena a principios del siglo XX.  La presencia de lo maravilloso en esta narrativa viene desde muy distintos lugares americanos (árboles enormes, como el que subían los niños que querían dejar de serlo a modo de rito de iniciación en la madurez).
4.     Contiene multiplicidad de narradores y voces (combina primera y tercera persona), con el fin de darle distintos puntos de vista a una misma idea y mayor complejidad al texto, como en La casa de los espíritus, con narradores en primera persona como Esteban Trueba con otros en tercera persona,  pero que realmente es la niña Alba, narradora principal que conoce toda la historia de lo narrado desde el futuro.
5.   Anticipación narrativa (prolepsis): a través de verbos en condicional, la autora puede adelantar acontecimientos que transmiten en código el realismo mágico, como futuros realizables expresados desde el presente narrativo, a modo de predicciones del narrador: «(…) en los años posteriores recordaría su infancia como un periodo luminoso», «No sabía que (…) volvería a verla por un instante fugaz muchos años más tarde», «Clara no había dicho ni una palabra en dos días y pasarían tres más antes que la familia se alarmara por su silencio». Pretende crear expectación para que el lector continue la lectura.
6.     El fenómeno de la muerte es recurrente y trascendente, es decir, los personajes pueden morir y luego volver a aparecerse de modo fantasmal (como Férula y Clara).
En el realismo mágico encontramos precisamente lo real presentado como maravilloso, o bien lo maravilloso presentado como real. Los sucesos más fantásticos no se presentan, como sucedería en el cuento fantástico tradicional, como algo que asombra tanto a personajes como a lectores, sino como parte de la realidad cotidiana. Asimismo lo real, lo cotidiano, el paseo por la calle, la reunión de amigos o simplemente ponerse un jersey pueden tornarse en algo fantástico y maravilloso en la narrativa hispanoamericana.
Latinoamérica, en el contexto de los años anteriores a la publicación de Allende, fue desgarrada por una época de opresión. Sin embargo, en Allende, semejante herencia, que se transmite en los pecados familiares, promete redención vía solidaridad y compasión, gracias a la transformación de Esteban Trueba, impulsado por la ternura y amor de las mujeres de la obra.
En La casa de los espíritus destaca la unión de lo cotidiano y lo insólito con descripciones hiperbólicas como  la belleza divina o celestial de Rosa Del Valle, casualidades surreales y acontecimientos sobrenaturales rutinarios: aparecen allí, por ejemplo, un patriarca autoritario y todopoderoso achicado (empequeñecido de alma y cuerpo) por la maldición de su hermana Férula, o una caprichosa niña adivina, Clara, o las advertencias del Más Allá. Estas mágicas imágenes son las realidades de la visión del artista y la tradición folclórica latinoamericana.
Por su semejanza con los sueños, dado que en el sueño aparecen realidades casi fantasmagóricas, mágicas, Allende defendió el papel de los sueños en su narrativa, al recordar que ella se crió en un ambiente familiar donde se hablaba tanto de sueños, pesadillas: «El mundo de los sueños nos informa mucho sobre la realidad. En los sueños se me resuelven cosas, suenan como campanas de alerta que me permiten fijarme en algo que de otra forma no atendería»; Clara Del Valle será una maestra en su interpretación y desde niña ayuda los habitantes del pueblo a descifrar los suyos.
Por último, la presencia de los muertos, por ejemplo, viene en ayuda de los vivos. Así Clara ayuda a Alba a resistir la tortura y luego vendrá en busca de su esposo para acompañarle en la hora de la muerte. También encontramos maldiciones que se cumplen, premoniciones que se verifican, objetos que se mueven y espíritus que vienen a despedirse, como Férula en la gran casa de la esquina. La autora invoca en la obra a los muertos, para que sean parte de la realidad, en la medida en que la memoria se incrusta en los objetos, lugares y personas que nos han conocido. Los muertos desde el más allá están en contacto con los vivos en una aparente comunión que al lector le resulta verosímil, creíble, y ahí es donde radica el realismo mágico.

Realidad chilena en La casa de los espíritus
En esta novela se narra la historia de cuatro generaciones de una familia, con sus distintas formas de pensar, de actuar y sus diferentes ideologías políticas. Supone un reflejo de la realidad chilena del siglo XX con la evolución de una estructura social arcaica a otra moderna.
En 1973, tras el golpe militar chileno encabezado por el General Pinochet, en el que murió su tío, el Presidente Salvador Allende, Isabel Allende abandonó su país. Narra en La casa de los espíritus  sus recuerdos de infancia, basándose en aquellos personajes que poblaron la vieja casona habitada, como sus abuelos. Isabel Allende vivió los primeros momentos de la dictadura y aparece esta vivencia en la novela, así como también aparece la visión de historia de Chile a través de las mujeres, personajes clave, que componen esas cuatro generaciones de la dinastía de los Trueba.
La novela puede así dar cuenta de momentos históricos de un país y parte del mundo, narrando sucesos que, de forma más o menos alusiva, representan los cambios que efectivamente tuvieron: aspectos como las formas de vida (la llegada de los primeros automóviles, de los edificios, un pueblo de casas con techos altos, las faldas de mujer por encima de las rodillas, el teléfono y toda la modernidad por la que pasa el tiempo), la sexualidad, las costumbres familiares llenas de tradición, de peones que trabajan 24 horas al día y siete días a la semana para su señor, como los García que viven en Las Tres Marías; sin duda, nos aportarán datos fundamentales en la constitución de la identidad colectiva del Chile del siglo que recientemente hemos abandonado. Concretamente, en La casa de los espíritus observamos cómo son la niña Clara o Rosa Del Valle, criadas en un ambiente liberal por Nívea y Severo, o mujeres víctimas de principios del siglo XX, como la sufrida Férula, desde el principio de la novela. Marcelo Caddou explica que la mujer es reducida en su forma de expresarse por una sociedad patriarcal.  En la novela, se ve a la mujer reducida a un ambiente masculino. Férula Trueba se arrepiente constantemente de nacer mujer, observando cómo la vida se le va de las manos sin conocer a un hombre ni el amor, cuidando de su madre enferma mientras su hermano Esteban disfruta de la libertad de ser hombre. Es una denuncia más de la propia autora de la realidades que conocido.
Otro hecho destacado que aparece en la novela y que impacta en la sociedad es, por ejemplo, la experiencia que Isabel vivió en los años 70, y su respuesta en la novela con la que rechaza completamente la opresión patriarcal histórica de la clase alta y militar chilena. La novela se fundamenta en lo testimonial de los eventos y en una radiografía social histórica: sabemos cómo esta clase alta social, una vez acabada la guerra en Europa, se dedica a viajar, consumir en exceso, jugar al moderno golf y olvidarse de la opresión de su pueblo y su «minoría de edad» (J. de Satigny).
La hacienda Las Tres Marías es un fundo grande, una gran casa señorial de aquel entonces, con casas de campesinos y campos, pocilgas, potreros, y otras edificaciones campestres, representativa de la vida de unos grandes terratenientes que gobernaban con vara de mando en una sociedad patriarcal oligárquica, repartiendo el «pastel» de la tierra pero orgullosos de dar trabajo y comida a sus trabajadores («Yo era como un padre para ellos. Con la reforma agraria nos jodimos todos», E. T.), cuando traslucía una explotación casi esclavista. Esta realidad encarnada en Esteban Trueba es denunciada por la autora como imagen del atraso social chileno y su perpetuación en el siglo XX. El mismo Esteban quiere educar a sus jornaleros y monta una escuela, pero no quiere enseñarles más allá de sumar y restar y leer, por miedo a que empiecen a pensar y reclamen ideas «bolcheviques», según dice, sobre la reducción de la jornada laboral, días libres, salario mínimo, sufragio universal y sindicatos.
Casi al final de la obra, Isabel Allende nos enseña cómo  el acontecimiento de la Reforma agraria se produce con la llegada de Salvador Allende, la izquierda marxista, al poder. La tierra que tanto sudor le ha costado a Esteban Trueba le es arrebatada y entregada a quienes la han trabajado con él desde hace años. Incluso se ve secuestrado por los campesinos a quienes Allende ofrece al lector como ingenuos e incultos, niños incapaces de saber qué hacer con el poder porque nunca lo han tenido. Tanto es así que destrozan la gran hacienda «en menos de un año».
Esta es la visión de la autora, el reflejo literario de lo que ella vivió desde niña, recuperado para plasmarlo en la obra. Sin duda la obra es una síntesis de aquella realidad política y social.
Este es el último momento narrativo en donde la realidad chilena se ve mejor plasmada. Desde la subida al poder del presidente izquierdista (1970), electo por el pueblo, en su trasunto real, Salvador Allende (en contra de lo que pronosticó Miguel, el guerrillero que sólo creía en la revolución de la izquierda a través de la violencia, como en todos los otros países), éste debe pactar con los partidos de izquierda: así ocurrió y así nos lo cuenta la autora. Pero era evidente tras el vuelco político que el Partido Conservador no iba a quedarse con los brazos cruzados, y se alía con los gringos, con la CIA estadounidense que tampoco quería una revolución marxista en el sur. La ficción nos enseña esa alianza con dos cometidos: en primer lugar, envolver al país en una escena de sabotaje económico, sobornando a los transportistas y muchos más para que los productos no lleguen a los puntos de venta, lo cual provocaría desequilibrio social (enormes y serpenteantes colas reales para comprar, comercio negro, gasolina en medidas, falta de productos para el abastecimiento general, hambre, peleas, robos, asesinatos…, todo un tumulto social), que facilitaría fomentar el odio a la izquierda, lo cual serviría a los conservadores para minar la imagen comunista, marxista, y señalarlos como niños imberbes incapaces de gobernar a su hijo social, a lo que añadieron el control de los medios de comunicación a golpe de talonario; en segundo lugar, sea aliaron con los «gringos» del norte, con la aviación, y a las órdenes de Augusto Pinochet (no aparece su nombre en la ficción), bombardearon la casa presidencial y dieron un golpe de estado para tomar el país, sumiendo a este en una dictadura militar que se prolongó muchos años (1973-1988), y juzgada posteriormente por las graves violaciones a los derechos humanos.
Este es el macrocontexto que puntualiza la autora hasta el final de la obra: una denuncia del caciquismo chileno encarnado en Esteban, de su dictadura familiar, que al final de la obra, por el odio acumulado y la incomprensión, desemboca en la tragedia de la que él primeramente forma parte, pero que después observa que «Se les ha ido de las manos», y de la que reniega al final de  su vida.
Pero también Isabel Allende agrega una microhistoria trascendente (capítulo XIV), una tragedia anunciada antes por Clara: el rapto de Alba del brazo de su abuelo Esteban, su maltrato y vejación, palizas y violaciones y taras físicas burlonas a manos de la corrupción policial, encarnada ahora en Esteban García, el bastardo al que el senador Trueba no dio la recompensa (la herencia del primogénito) y así se la cobra. Son tramas que han sido denunciadas y conocidas en aquel Chile convulso y caótico. Muestra cómo  huyen  Pedro Tercero y Blanca Trueba, escondidos hacia Canadá, en una huida que bien puede ser comparada con la que la propia autora tuvo que sufrir tras el Golpe de estado, u otros exiliados.
El hogar de Severo y Nívea Del Valle simboliza el pensamiento liberal, encarnado en ambos: él tuvo toda la vida interés en convertirse en el cabeza y organizador del Partido Liberal, pero cuando lo nombran su representante se echa atrás al enterarse de que le han intentado envenenar por su ideología en defensa de los derechos del pueblo. Es una nueva denuncia de la autora del mundo corrupto y violento de la política que conoció. Nívea representa a la mujer liberal, la feminista luchadora por el hecho de que las mujeres cobren un lugar destacado y justo en la sociedad latinoamericana (derecho a voto femenino presidencial conseguido en Chile en 1952).
No olvida la autora a dos figuras del mundo artístico: mueren en la obra «el poeta», trasunto del poeta chileno Pablo Neruda, y Pedro Tercero García, trasunto del cantautor Víctor Jara,  ambos en 1973.
En definitiva, la trama de La casa, como la de Cien años,  se reduce a la historia de una familia, la familia Trueba, que sirve como núcleo narrativo de un discurso más amplio que abarca el devenir histórico de un país implícito, Chile, dentro de un periodo que cubre en general el siglo XX, una familia que, a través de sus generaciones, reedita el devenir político-económico de su comunidad.

Aspectos políticos y sociales de La casa de los espíritus
En esta novela se narra la historia de cuatro generaciones de una familia, con sus distintas formas de pensar y de actuar y sus diferentes ideologías políticas; supone un reflejo de la realidad chilena del siglo XX con la evolución de una estructura social arcaica a otra más moderna.
En 1973, tras el golpe militar chileno encabezado por el  General Pinochet, en el que murió su tío, el presidente Salvador Allende, Isabel Allende abandonó su país. La dictadura en este momento social más adelantado en Europa o América del norte marcó su vida. Isabel Allende video los primeros momentos de la dictadura y aparece esta vivencia la novela.
La novela puede así dar cuenta de cómo fue la sociedad y la política chilena en una época que comprende desde los años 20 hasta los años 70 del siglo XX: retrata los cambios que efectivamente hubo, como la reformas de vida (la llegada de los primeros automóviles como el de Severo,  de los edificios, a un pueblo de casa con techos altos, las faldas de mujer por encima de las rodillas, el teléfono y  toda la modernidad por la que pasa el tiempo), la sexualidad, las costumbres familiares llenas de tradición, de peones que trabajan 24 horas al día y siete días a la semana para su señor, como los García que viven en Las Tres Marías; sin duda, nos aportarán datos fundamentales en la constitución de la identidad colectiva del Chile del siglo que recientemente hemos abandonado.  Concretamente, en La casa de los espíritus, observamos cómo son la niña Clara o Rosa Del Valle, criadas en un ambiente liberal por Nívea y Severo, o  mujeres víctimas de principios del siglo XX, como la sufrida Férula,  desde el principio de la novela.
Otro hecho destacado que aparecen la novela y que impacta en la sociedad es, por ejemplo,  la experiencia que Isabel vivió en los años 70, y su respuesta en la novela con la que rechaza completamente la opresión patriarcal histórica de la clase alta y militar chilena. La novela se fundamenta en lo testimonial de los eventos y en una radiografía social histórica: sabemos cómo esta clase alta social, una vez acabada la guerra en Europa, se dedica a viajar, consumir en exceso, jugar al moderno golf y olvidarse de la opresión de su pueblo y su «minoría de edad» (J. de Satigny).
La hacienda Las Tres Marías es un fundo grande, una gran casa señorial de aquel entonces, con casas de campesinos y campos, pocilgas, potreros, y otras edificaciones campestres, representativa de la vida de unos grandes terratenientes que gobernaban con vara de mando en una sociedad patriarcal oligárquica, repartiendo el «pastel» de la tierra pero orgullosos de dar trabajo y comida a sus trabajadores («Yo era como un padre para ellos. Con la reforma agraria nos jodimos todos», E. T.), cuando nos vislumbraba en la explotación casi esclavista. Esta realidad encarnada en Esteban Trueba es denunciada por la autora como imagen del atraso social chileno y su perpetuación en el siglo XX.
Casi al final de la obra, Isabel Allende nos enseña cómo  el acontecimiento de la Reforma agraria se produce con la llegada de Salvador Allende, la izquierda marxista, al poder. La tierra que tanto sudor le ha costado Esteban Trueba le es arrebatada y entregada a quienes la han trabajado con él desde hace años. Incluso se ve secuestrado por los campesinos a quienes allende ofrece al lector como ingenuos e incultos, niños incapaces de saber qué hacer con el poder porque nunca lo han tenido. Tanto es así que destrozan la gran hacienda «en menos de un año».
Esta es la visión de la autora, el reflejo literario de lo que ella vivió desde niña, recuperado para plasmarlo en la obra.
Desde el capítulo XII,  la cuestión política se desencadena de manera feroz con respecto al resto de la novela, en que se nos muestran pinceladas contextualizadoras en torno a la figura del Senador Esteban Trueba.  Pero es en este último momento narrativo en donde la realidad política chilena se ve mejor plasmada. Desde la subida al poder del presidente izquierdista (1970),  electo por el pueblo, en su trasunto real, salvador Allende (en contra de lo que pronosticó Miguel,  el guerrillero que sólo creía en la revolución de la izquierda a través de la violencia, como en todos los otros países),  éste debe pactar con los partidos de izquierda: así ocurrió y así nos lo cuenta la autora. Pero era evidente tras el vuelco político que el Partido Conservador no iba a quedarse con los brazos cruzados, y se alía con los gringos, con la CIA estadounidense que tampoco quería una revolución marxista en el sur. La ficción nos enseña esa alianza con dos cometidos: en primer lugar, envolver al país en una escena de sabotaje económico, sobornando a los transportistas y muchos más para que los productos no lleguen a los puntos de venta, lo cual provocaría desequilibrio social (enormes y serpenteantes colas reales para comprar, comercio negro, gasolina en medidas, falta de productos para el abastecimiento general, hambre, peleas, robos, asesinatos…, todo un tumulto social), que facilitaría fomentar el odio a la izquierda, lo cual serviría a los conservadores para minar la imagen comunista, marxista, y señalarlos como niños imberbes incapaces de gobernar a su hijo social, aló que añadieron el control de los medios de comunicación a golpe de talonario; en segundo lugar, sea liaron con los «gringos» del norte, con la aviación, y a las órdenes de Augusto Pinochet (no aparece su nombre en la ficción) bombardearon la casa presidencial y dieron un golpe de estado para tomar el país, sumiendo a este en una dictadura militar que se prolongó muchos años (1973-1988), y  juzgada posteriormente por las graves violaciones a los derechos humanos.
Este es el macrocontexto que puntualiza la autora hasta el final de la obra: una denuncia del caciquismo chileno encarnado en Esteban, de su dictadura familiar, que al final de la obra, por el odio acumulado y la incomprensión, desemboca en la tragedia de la que él primeramente forma parte, pero que después observa que «Se les ha ido de las manos», y de la que reniega al final de  su vida.
El hogar de Severo y Nívea Del Valle simboliza el pensamiento liberal, encarnado en ambos: él tuvo toda la vida interés en convertirse en el cabeza y organizador del Partido Liberal,  pero cuando lo nombran su representante se echa atrás al enterarse de que le han intentado envenenar por su ideología en defensa de los derechos del pueblo, y ver cómo el veneno embotellado en una garrafa de licor acaba en los labios de su hermosa hija Rosa. Es una nueva denuncia de la autora del mundo corrupto y violento de la política que conoció. Nívea representa a la mujer liberal, la feminista luchadora por que las mujeres cobren un lugar destacado y justo en la sociedad latinoamericana (derecho a voto femenino presidencial conseguido en Chile en 1952). El feminismo está siempre presente en la obra para hacer frente al patriarcado de Trueba: la columna vertebral de la obra son Nívea, Clara, Blanca y Alba, sobre todo esta última que simboliza el futuro emergido de la opresión.
En definitiva, la trama de La casa, como la de Cien años, se reduce a la historia de una familia, la familia Trueba, que sirve como núcleo narrativo de un discurso más amplio que abarca el devenir histórico de un país implícito, Chile, dentro de un periodo que cubre en general el siglo XX, una familia que, a través de sus generaciones, reedita el devenir político-económico de su comunidad.

Personajes
El significado de estos personajes, su calidad mágica y angelical, su primitivismo encantador y su trágico destino nos conmueve, nos da ternura  y nos conmociona al mismo tiempo.
Rosa la bella es descrita por la autora como la mujer más hermosa del mundo. Murió envenenada por error, por cuestiones políticas (el veneno iba destinado a su padre), sufrió una autopsia de carnicero y terminó sepultada en un ataúd como cualquier mortal. Estaba destinada a casarse con Esteban Trueba, pero su sino se vio truncado. Años más tarde su cuerpo será desenterrado por Trueba para ser colocado en el mausoleo del patriarca.
Las desatinadas genialidades del aventurero tío Marcos lo convierten en un personaje básicamente mágico. Sus escritos de viaje (aventuras, animales exóticos, países lejanos) serán leídos por toda la familia.
Los mellizos Jaime y Nicolás Trueba son el agua y el aceite. Sus vidas difieren desde pequeños, a pesar de iniciarse juntos en correteos sin cesar por la Hacienda. Jaime decide dedicarse a estudiar y convertirse, a través de la medicina, en el héroe social rescatador de los enfermos y desprotegidos, dedicándose a ayudar a los más necesitados sin sentir vergüenza ante el clasismo de su padre Esteban, llegando a regalar su ropa a los moribundos, incluso dando sus pantalones a un mendigo, quedándose sin calzoncillos y regresando andando a casa. Nicolás es un antihéroe, un cobarde que continuamente busca escapar de la realidad con amoríos continuos y empresas fracasadas antes de producirse (emparedados de carne, vuelos de zepelín…); otra vez huyendo se marcha a Asia,  y consigue desasirse del materialismo familiar buscando a un dios que le dé sentido a su existencia; desde niño buscó comprender y aprender el espiritualismo de su madre Clara, pero como  antihéroe y por más afán que ponía ni para eso estaba dotado. Desde niño, éste buscaba siempre riñas y burlas en el colegio hacia sus compañeros, despreciando lo que no era él, en un narcisismo manifiesto; y era su hermano-héroe Jaime, el fuerte, el que luego tenía que ir a sacarlo de los apuros. Lo único que compartieron de jóvenes fue el intento de revivir el «Covadonga», el automóvil de sus abuelos, con el mismo fracaso; y más adultos el amor por Amanda fue el detonante de su separación moral. Nicolás la dejó embarazada y fue Jaime, una vez más, el que tuvo que practicarle un aborto a la persona a la que también amaba y ayudar a su hermano solucicionándole otro error.  Jaime acaba siendo «compañero» político de Pedro Tercero a escondidas. Más tarde será asesinado por sus ideas políticas y por encontrarse en el lugar equivocado durante el Golpe de estado.
Blanca Trueba no heredó casi nada de sus progenitores, Esteban y Clara. De niña conoció al mocoso Pedro Tercero y ya se enamoraron, un amor que duro hasta el fin de sus vidas. Su amor por un hombre de baja condición social le hizo enfrentarse con su padre más de una vez y, cuando Esteban supo de esta relación, monto en cólera y persiguió a Pedro hasta cortarle de un hachazo varios dedos de la mano. Al final Trueba no sólo los aceptó sino que también los ayudó a escapar del nuevo régimen dictatorial. Blanca siempre estuvo más unida a Clara, de ella tomó su humanidad para con los demás y el idealismo.
Los progenitores de la obra, Clara Del Valle y Esteban Trueba, corroboran el concepto de «realismo mágico». De realismo ofrecen el constante cambio en sus vidas, la evolución trágica de su matrimonio y también de su individualidad. Lo mágico lo simboliza clara y en algún aspecto Esteban.
Esteban Trueba fue un joven con dificultades económicas que progresó en una mina de oro y regresa a la finca destrozada de sus padres para levantarla. Se enamoró de Rosa Del Valle pero, tras su muerte y años más tarde, se casa con Clara, su hermana pequeña.
Lo que les unía irónicamente era la triste incomunicación. Clara nunca amó a Esteban; sí lo quiso. El despotismo doméstico y social de Esteban Trueba, su primitivismo darwiniano (divide la sociedad en fuertes y débiles) le llevó en su juventud, en Las Tres Marías, tras la muerte de Rosa, a convertirse en un despreciable violador de aldeanas y en un violento agresor que cortó los dedos de una mano a Pedro Tercero García. Pero lo más grave para él, y lo que nunca se perdonó, fue levantar la mano sobre Clara y romperle los dientes. La boca de Clara ya no volvió a ser la misma ni ella tampoco. Los ataques de ira y el desprecio por todo lo que no es él le llevó a no ser respetado ni querido —sí temido— por su mujer e hijos.
Esteban Trueba era el patriarca: «Los primeros meses Esteban Trueba estuvo tan ocupado canalizando el agua, cavando pozos, sacando piedras, limpiando potreros Y reparando los gallineros y los establos, que no tuvo tiempo de pensar en nada».  Sufrió pobreza de niño, pero creció pagando las deudas de su casa y todo eso le agrió el carácter. Su trato es dictatorial y, como terrateniente, está del lado del Partido Conservador, explotando a su antojo a los obreros, reflejo del estado socio-político del Chile de esos momentos. El destino cruel y quizá la maldición de su hermana Férula («achicado») le deparan una ironía trágica: su hija Blanca se relaciona con Pedro Tercero García y da a luz una hija bastarda, Alba; y sus hijos, Jaime y Nicolás, se dan a ideas liberales, concretamente Jaime, que comparte partido con Pedro Tercero. Sin embargo, también Trueba representa los valores de la familia, la tradición, la propiedad y el orden. Pese a ello, se le considera un fracasado en el ámbito familiar, por estar distanciado de sus hijos y su esposa.
Es nombrado senador del Partido Conservador, aunque, afectado por el terror que crea su propio partido, desplazado por estos cuando dan el Golpe de estado e influido por el amor a su nieta Alba,  recapacita y maldice la represión brutal de los militares que le han humillado.
Clara Del Valle es  bondadosa, sensible y enigmática desde niña: tiene poderes telequinéticos, levita, habla con los muertos y predice eventos, como su propia muerte. Tras casarse con Esteban, abandona sus tareas domésticas y se dedica por completo a estos menesteres. Ayuda a los necesitados, protege a pobres y analfabetos y sufre mutismo durante años por traumas como presenciar la autopsia del cadáver de su hermana Rosa.
Es el eje central del mundo escrito por la autora; es el centro de un universo que se conserva gracias a ella y en función de ella. Tanto es así que al morir Clara empieza el tiempo «del estropicio», del desastre, desaparece el núcleo vital de la familia, se trastoca el orden dinámico de la existencia y triunfa el caos definitivo. La clarividencia de Clara, su desaprensión y generosidad, hacen soportable la rabiosa dictadura de Esteban Trueba. Clara era la niña preferida de Nívea,  la menor de sus numerosos hijos. Ella es la armonía de esa familia hasta su muerte. En su entierro se ve desfilar un sinnúmero de gentes que Clara acogía en su hogar. Todos la querían, respetaban y entendían. Durante toda su vida estuvo escribiendo un «cuaderno de anotar la vida», que servía para ver la verdadera dimensión de los acontecimientos y que recupera Alba más adelante para «narrar» esta novela.
Alba, hija de Blanca y Pedro Tercero, es el fin de la saga; si bien es cierto que al final de la obra se deja entrever que está embarazada, terriblemente no sabe quién es el padre. Es la niña preferida de Esteban, con la que pretende recuperarse de sus errores del pasado y redimir su culpa. Ella también lo adora y el fin de sus vidas lo pasarán unidos y solos. Desde niña sorprendió a todos con la habilidad de leer y comprender de manera precoz. Creció y se dedicó a los demás, cerca de su tío Jaime, en el hospital, y también a los que huían del régimen militar golpista, lo cual le costó muy caro: Clara regresó de entre los muertos para avisarla de que se marchará del país por su propia seguridad. Ella no hizo caso y siguió refugiando a campesinos y pasándolos por la embajada sin que su abuelo lo supiera. Finalmente, forzando el destino, es raptada por la policía militar sin que su abuelo pudiera hacer nada. Fue torturada, violada, vejada y atormentada durante dos meses por el Coronel Esteban García, el bastardo primogénito del Senador Esteban Trueba. Luego fue salvada por su abuelo gracias a la eficaz ayuda de una prostituta, Tránsito Soto. Alba es la depositaria de todas las joyas de su abuela y del «cuaderno de anotar la vida». Con la ayuda de este, de su abuelo y de otras fuentes compuso esta novela.
Tránsito Soto, personaje del más bajo estrato social, tiene un papel destacable. Desaparecida en el grueso de la novela, aparece al final como tabla de salvación de Esteban Trueba, para devolverle el favor (préstamo de un dinerillo que la ayudó años atrás a montar un prostíbulo floreciente de gran calado social) de los primeros capítulos: es fundamental en la liberación de Alba gracias a sus influencias políticas.

Una novela de mujeres. Simbolismo de la mujer en La casa
Son las mujeres las que sin expresarlo explícitamente tienen la fuerza —no poder— en esta novela. El universo femenino representa la afectividad con la que conquistará a todos.
Las mujeres en la obra representan distintos momentos sociales en el devenir histórico chileno desde los años 20 hasta los 70. Cada una de ellas lucha de manera diferente o por causas diferentes para equipararse a los hombres en derechos sociales y evitar la dominación machista: Nívea Del Valle simboliza el pensamiento liberal, la vemos dando mítines en las fábricas, por ejemplo; Clara ayuda a los necesitados, protege a pobres y analfabetos de la Hacienda, a los que intentaban enseñar a escribir y aritmética básica en contra de Esteban, por ejemplo, incluso se niega a repetir el nombre de su marido, Esteban, en sus hijos varones, con la idea de impedir la continuidad de la dominación masculina; Blanca quería a su hija sin la presencia de un varón y rechaza el matrimonio como símbolo de sumisión; Alba es el símbolo de la denuncia tras sufrir en sus propias carnes el abuso político y militar que materializará escribiendo.
Estas mujeres también destacan por sus rasgos afectivos y por educar así con cuantos interactúan: Alba se dedicó a ayudar a los demás, cerca de su tío Jaime, en el hospital, y también a los que huyan del régimen militar golpista (refugiando a campesinos y pasándolos por la embajada sin que su abuelo lo supiera), lo cual le costó muy caro: es raptada por la policía militar, torturada, violada, vejada y atormentada durante dos meses por el Coronel Esteban García, el bastardo primogénito del Senador E. Trueba, sin que su abuelo pudiera hacer nada. Clara es la armonía de esta familia hasta su muerte, en cuyo entierro se ve desfilar un sinnúmero de gentes que ella cogía en su hogar: todos la querían, respetaban y entendían. En cuanto a Blanca, de niña conoció al mocoso Pedro Tercero y ya se enamoraron, un amor que duró hasta el fin de sus vidas, un amor con un hombre de baja condición social, que le hizo enfrentarse con su padre más de una vez; además Blanca siempre estuvo más unida Clara, y de ella tomó su humanidad para con los demás y el idealismo.
Lo último destacable de todas estas mujeres, de esta saga de mujeres, es su nombre: Nívea,  Clara, Blanca, Alba. Son nombres todos que se identifican con la pureza, con la perfección, con lo absoluto el todo y lo positivo. Se asocia a la luz y a la paz. Zeus aparece en la mitología como toro blanco, el Espíritu Santo se simboliza con una paloma blanca, los ángeles llevan alas blancas, y es el color litúrgico. Es también el color de la voz baja, voz queda, con la que, por ejemplo, Clara acaba imponiendo en cierta medida sus voluntades sobre Esteban Trueba (nombres de los hijos, educación de los campesinos, deja de hablarle a su marido para siempre y decide «ayunar» en sus relaciones maritales).
Además de ellas, personajes como Tránsito Soto representan la independencia. Es una prostituta, pero «A mí nadie me ha mantenido (…) Trabajo para mí, lo que gano me lo gasto como quiero». Al final será la mujer a la que acuda el hombre Esteban Trueba a suplicar la ayuda de sus influencias. Es una mujer que crece en la novela.
Allende señalará en el epílogo: «Entonces supe que el coronel García y otros como él tiene sus días contados porque no han podido destruir el espíritu de esas mujeres», las cuales «son el pilar central de muchas vidas ajenas».

Simbolismo y estructura en La casa
Los espacios en la novela son simbólicos.
Por un lado, está la Hacienda Las Tres Marías, que representa la vida rural en la que se observan perfectamente las diferencias sociales encarnadas en los señores (Esteban Trueba) y los campesinos (los García), y los abusos de aquellos sobre estos, como las violaciones de mujeres que el patrón Trueba llevaba a cabo. Todo ello fomentará el rencor entre la clase baja que, siendo al principio sumisa y resignada (Pedro García Segundo), aprovechará su oportunidad para rebelarse contra sus patrones (Pedro García Tercero). Además es en este espacio donde vemos surgir la fuerza de la voz popular encarnada en figuras como Pedro García Tercero, trasunto de Víctor Jara.
La hacienda simboliza la masculinidad. Pertenece a la familia Trueba pero estaba abandonada. Esteban, tras morir Rosa, decide aislarse del mundo urbano, invierte su riqueza en levantar aquella casa y su tierra, y decide gestionar y comerciar con el ganado y los cultivos, cuidados por la familia García. Es un hogar de hombre, que impregna todo con su orgullo, su látigo y su virilidad. Se convertirá en lugar de retiro para él cuando se pelee con Clara. Así que se asocia con el trabajo físico y la fuerza. Amuebla la residencia con «piezas grandes, pesadas, ostentosas, hechas para resistir muchas generaciones y adecuadas para la vida de campo», y las acomoda «contra las paredes, pensando en la comodidad y no la estética».
Por otro lado, está el espacio de la casa de la esquina, que representa el mundo de la ciudad, y con ello el poder urbano y político de senador Trueba. Es un lugar mágico; en él transita gente de todo tipo para visitar a Clara con el fin de que esta les ayude, así que se transforma en lugar de peregrinación y acogida. La casa de la esquina pertenece a Esteban, pero Esteban la levantará a golpe de talonario para ofrecérsela a Rosa y apartir de ahí la casa simbolizará la feminidad. Esteban quiere que la casa refleje su riqueza y prestigio, que en su opinión es «propio de los pueblos extranjeros», como  el europeo. Posteriormente será el hogar de Clara y ella mágicamente le dará vida: «protuberancias (...) de múltiples escaleras torcidas que conducían a lugares vagos, de torreones, de ventanucos que no se abrían, de puertas suspendidas en el vacío, de corredores torcidos y ojos de buey que comunicaban los cuartos para hablarse la hora de la siesta». Será un hogar vivo, un ser vivo más, que además crece en habitaciones como un laberinto para recoger a los necesitados y refugiados políticos. Tanto se asocia la casa a Clara que después de su muerte empieza a deteriorarse y perderse este hogar. Sin embargo, Clara permanecerá espiritualmente en la casa, y ella y su esposo hacen las paces. Su reconciliación se refleja en la apariencia de la casa: la barrera invisible que separaba el territorio de Esteban en la parte delantera y las estancias posteriores de Clara desaparece, y la mansión recupera su antiguo esplendor.
Otro espacio destacable es el prostíbulo de Tránsito Soto, lugar de recogimiento de hombres, muchos de ellos instalados en poderes políticos. El prostíbulo va creciendo al mismo tiempo que su dueña, gracias a la pequeña ayuda económica de Trueba muchos años atrás, y que Tránsito supo administrar.
El viejo Pedro García relatará a Pedro Tercero la alegoría del zorro que saqueaba las gallinas y al final todas estas unidas expulsan al zorro a picotazos. Dentro de la ficción, de la novela, también hay elementos simbólicos (metasimbolismo), ya que el zorro representa a Esteban u otros terratenientes y las gallinas al pueblo que se alía contra el explotador.
Otros elementos simbólicos en esta obra de mujeres son los nombres: Nívea,  Clara, Blanca, Alba. Son nombres todos que se identifican con la pureza, con la perfección, con lo absoluto, el todo y lo positivo. Sea asocia a la luz y a la paz. Zeus aparece en la mitología como toro blanco, el Espíritu Santo se simboliza con una paloma blanca, los ángeles llevan alas blancas, y es el color litúrgico. Es también el color de la voz baja, voz queda, con la que, por ejemplo, Clara acaba imponiendo en cierta medida sus voluntades sobre Esteban Trueba (nombres de los hijos, educación de los campesinos, deja de hablarle a su marido para siempre y decide «ayunar» en sus relaciones maritales).
En cuanto la estructura interna, la tradición divide la obra en dos partes: capítulos I-IX y capítulos X-XV. La primera parte gira en torno a la familia Trueba y a Clara Del Valle como eje vertebrador, centrándose en las emociones, elementos mágicos y en las relaciones familiares, adoptando para ello un ritmo lento; la segunda parte, con Clara muerta (cap. IX, «Clara murió el mismo día que Alba cumplió siete años»), se centra en los acontecimientos políticos y testimoniales, con Alba como eje vertebrador y con un ritmo acelerado.
En el epílogo Alba ha salido de la cárcel y llega a la casa de la esquina. Con heridas físicas y psicológicas presencia el último aliento de su abuelo Esteban, ya arrepentido de su pasado férreo. Aquí Alba aprovecha para explicarnos cómo escribe la novela, con un discurso que desemboca en mayor circularidad al ver a un Esteban caído y vaciado de poder, como inició la novela, y a Alba señalando que empezó a conocer esta historia gracias al cuaderno de Clara, que empezaba con caligrafía infantil: «Barrabás llego a la familia por vía marítima (…)».
Ahondando en esta circularidad estructural, también se observa la violencia desde el inicio y en la conclusión en dos personajes femeninos:  Rosa muere tras ingerir erróneamente un veneno mezclado con licor que iba dirigido a su padre, Severo, por parte de su rivales políticos para quitárselo de en medio; Alba será torturada en la cárcel por cuestiones políticas igualmente. Asimismo al principio Esteban Trueba viola a Pancha García en su hacienda y al final Esteban García viola a alba en la cárcel (venganza contra Esteban Trueba), ambas escenas descritas con brutalidad.

La figura del narrador (polifonía) en La casa de los espíritus
La casa de los espíritus es una novela con pretensión testimonial de los acontecimientos sucedidos en Chile durante siglo XX. Ese testimonio será ofrecido por la autora, pero utilizará un recurso literario en busca de cierta objetividad a la hora de relatar los hechos: un juego de voces (polifonía), un juego de narradores y fuentes, que recuerda a lo que hiciera Cervantes con El Quijote. Aunque será una tarea difícil para ella porque es parte implicada emocionalmente: «Es una delicia para mí leer los cuadernos de esa época, donde se escribe un mundo mágico que se acabó».
El momento en que se nos desvelarán las cuestiones narrativas de manera total será en el epílogo, por lo que el lector debe mostrarse interactivo durante la novela tratando de averiguar quiénes son esos dos narradores que se alterna al principio, por ejemplo, y otras voces.
El epílogo es narrado por Alba, la nieta de Esteban Trueba, y explica acontecimientos y también cuestiones sobre la técnica narrativa, por ejemplo, cuando apunta: «Mi abuelo tuvo la idea de que escribiéramos esta historia». Así que aquí tenemos dos de las voces: la propia Alba, testigo de muchos acontecimientos, y Esteban, que de momento actuará como relator transmisor de aquella historia que Alba desconoce por la distancia de los años o por la ausencia en la vida de este en momentos concretos (cuando Alba está en la cárcel y todo lo que tiene que mover y luchar su abuelo para ayudarla). Alba lo manifiesta así: «Empecé a escribir con la ayuda de mi abuelo», y también con «de su puño y letra escribió varias páginas», en donde nos señala que, además de una voz relatora en la intimidad, Esteban también se dedicó a escribir varias partes como un narrador en primera persona protagonista, que participó de los acontecimientos novelados (aunque esto último se puede adivinar durante relato): «Descubrí eso a los 16 años y nunca lo he olvidado»; o en tono confesional: «Una  vez me preguntó mi nieta cómo pude vivir tanto tiempo solo y tan alejado de la civilización».
Aquí nos indica Alba que para desarrollar la historia ha recurrido a todo tipo de fuentes, voces no humanas incluidas, como álbumes familiares, retratos, cartas o cuadernos. Ella será la depositaria de esas huellas familiares; será el elenco de esas voces que resuenan: «Me  entero de las cosas a través de los cuadernos de Clara, las cartas de mi madre, los libros de administración de Las Tres Marías (…) que ahora están sobre la mesa al alcance de la mano».
Sin embargo, Alba no sólo aparece como narradora testigo sino que también será protagonista de sus peripecias. Y, a través de los cuadernos de su abuela Clara, por ejemplo, se convertirá también en narradora omnisciente que interpretará y juzgará esa información, por lo que el relato alternará voces en primera persona con la voz de Alba en tercera persona omnisciente.

Los papeles/roles del hombre y de la mujer en La casa
En primer lugar, debemos tener en cuenta que en cualquier obra de arte el autor deposita su vida, sus deseos, sus miedos, etc., ya sea lo que él es o lo que él quiera ser. En este sentido, Allende proyectó en sus personajes realidades vividas, de carne y hueso, como los abuelos Esteban y Clara, que se asemejan a los suyos, o como el influjo de una sociedad patriarcal en la que ella misma se educó. Con ello queda patente que en su lucha por buscar una sociedad más justa realzó el papel de las mujeres como elemento conciliador, sensible y armonioso. Las mujeres crean y mantienen lazos más fuertes e intensos que los hombres, más allá incluso de la muerte (Clara se le aparece a Alba en la cárcel para fortalecerla y darle una herramienta fundamental: la escritura, con la que no olvidar lo que está viviendo, y esa vida quede como testimonio vivo).
Blanca Trueba de niña conoció al mocoso Pedro Tercero y ya se enamoraron; un amor que duró hasta el fin de sus vidas. Su amor por un hombre de baja condición social le hizo enfrentarse con su padre más de una vez; cuando Esteban supo de esta relación, montó en cólera y persiguió a Pedro hasta cortarle de un hachazo varios dedos de la mano. Al final Trueba no sólo los aceptó sino que también los ayudó a escapar del nuevo régimen dictatorial. En este sentido sirve de enlace entre el mundo urbano de los terratenientes y el campesino de los García.
Clara Del Valle es bondadosa, sensible y enigmática desde niña: tiene poderes telequinéticos, levita, habla con los muertos y predice eventos, como  su propia muerte. Tras casarse con Esteban, abandona sus tareas domésticas y se dedica por completo a estos menesteres: ayuda a los necesitados, protege a pobres y analfabetos y sufre mutismo durante años por traumas como presenciar la autopsia del cadáver de su hermana Rosa.
Es el eje central del mundo escrito por la autora. Es el centro de un universo que se conserva gracias a ella y en función de ella. Tanto es así que al morir Clara empieza el tiempo «del estropicio», del desastre, desaparece el núcleo vital de la familia, se trastoca el orden dinámico de la existencia y triunfa el caos definitivo. La clarividencia de Clara, su desaprensión y generosidad, hacen soportable la rabiosa dictadura de Esteban Trueba. Clara era la niña preferida de Nívea, la menor de sus numerosos hijos. Ella es la armonía de esa familia hasta su muerte. En su entierro se ve desfilar un sinnúmero de gentes que ella acogía en su hogar: todos la querían, respetaban y entendían.
Alba, hija de Blanca y Pedro Tercero, es la encargada de finalizar la saga. Con respecto a su abuelo Esteban, es su niña preferida, con la que pretende recuperarse de sus errores del pasado y redimir su culpa. Ella también lo adora y el fin de sus vidas lo pasarán unidos y solos. Desde niña sorprendió a todos con la habilidad de leer y comprender de manera precoz. Creció y se dedicó a los demás, cerca de su tío Jaime, en el hospital, y también a los que huían del régimen militar golpista,  lo cual le costó muy caro: Clara regresó de entre los muertos para avisarla de que se marchara del país por su propia seguridad. Ella no hizo caso y siguió refugiando a campesinos y pasándolos por la embajada sin que su abuelo lo supiera.  Finalmente, forzando el destino, es raptada por la policía militar sin que su abuelo pudiera hacer nada. Fue  torturada, violada, vejada y atormentada durante dos meses por el Coronel Esteban García, el bastardo primogénito del Senador Trueba. Fue salvada por su abuelo gracias a la eficaz ayuda de una prostituta, Tránsito Soto. Alba es la depositaria de todas las joyas de su abuela y del «cuaderno de anotar la vida». Con la ayuda de este, de su abuelo y de otras fuentes compuso esta novela.
Lo último destacable de todas estas mujeres, de esta saga de mujeres, es su nombre: Nívea, Clara, Blanca, Alba. Son nombres todos que se identifican con la pureza, con la perfección, con lo absoluto, el todo y lo positivo. Sea asocia a la luz y a la paz. Zeus aparece en la mitología como toro blanco, el Espíritu Santo se simboliza con una paloma blanca, los ángeles llevan alas blancas, y es el color litúrgico. Es también el color de la voz baja, voz queda, con la que, por ejemplo, Clara acaba imponiendo en cierta medida sus voluntades sobre Esteban Trueba (nombres de los hijos, educación de los campesinos, deja de hablarle a su marido para siempre y decide «ayunar» en sus relaciones maritales).
Además de ellas, personajes como Tránsito Soto representan la independencia. Es una prostituta, pero «A mí nadie me ha mantenido (…) Trabajo para mí, lo que gano me lo gasto como quiero».  Al final será la mujer a la que acuda el hombre Esteban Trueba a suplicar la ayuda de sus influencias. Es una mujer que crecen la novela.
Las mujeres acaban siendo un retrato de la humanidad del siglo XX en su búsqueda por la igualdad entre hombres y mujeres, pobres y ricos, ciudad y campo.
En cuanto la figura de los hombres, suponen un universo mas desorganizado, con rivalidades, reyertas y odios.
Severo Del Valle inicia la saga con ciertas andaduras políticas en el bando progresista. Pero ya intentan asesinarle para quitárselo de en medio.
Esteban Trueba ya odió a su padre y tuvo mala relación con su progenie masculina, Jaime Nicolás, por no saber adaptarse a los cambios ni comprenderlos: «No puedes impedir que el mundo cambie, Esteban», le dice Clara. Sus hijos se sitúan políticamente al otro extremo, y también aprenden de su madre valores positivos, como la solidaridad. Así que Esteban siempre está solo o en riña con alguien.
Al final de sus días, acaba muriendo a solas con Alba y arrepentido de toda su brutalidad varonil, que le condujo al rechazo y aislamiento. Junto a su nieta Alba cambia. Su rol entonces es el de representar la esperanza para estos caracteres e ideologías, que, ayudados por el cariño y emociones (mundo afectivo) de los roles femeninos, consiguen evolucionar y retractarse de su pasado odioso. Ayuda, por ejemplo, a Pedro Tercero a huir y busca todas las formas para rescatar Alba. Se opera en él un proceso transformador hacia la humanización.
De Jaime y Nicolás también aporta la autora cercanías con sus propios tíos reales, por ejemplo, uno de ellos es médico. Jaime se revela como un personaje interesado por la justicia social, sobre todo en el hospital. Y ambos rivalizan no sólo entre ellos sino también con su padre, como se decía más arriba.
Esteban García, nieto bastardo de Trueba y Pancha García, sigue el camino de la violencia y la venganza entre hombres que tanto horror han causado en la historia, y que Allende pretende manifestar como un error humano con un camino cortado que no progresa ni evoluciona. Además del odio por la violación de su abuela, también le alimenta el rencor saberse bastardo, porque nunca heredará nada de su patrón-abuelo.

Espacios: La gran casa de la esquina y Las Tres Marías
Los espacios en la novela son simbólicos.
Por un lado, está la Hacienda Las Tres Marías, que representa la vida rural en la que se observan perfectamente las diferencias sociales encarnadas en los señores (Esteban Trueba) y los campesinos (los García), y los abusos de aquellos sobre estos, como las violaciones de mujeres que el patrón Trueba llevaba a cabo. Todo ello fomentará el rencor entre la clase baja que, siendo al principio sumisa y resignada (Pedro García Segundo),  aprovecharás su oportunidad para rebelarse contra sus patrones (Pedro García Tercero). Además es en este espacio donde vemos surgir la fuerza de la voz popular encarnada en figuras como Pedro García Tercero, trasunto de Víctor Jara.
La hacienda simboliza la masculinidad. Pertenece a la familia Trueba pero estaba abandonada. Esteban, tras morir Rosa, decide «exiliarse» al mundo rural, invierte su riqueza en levantar aquella casa y su tierra, decide gestionar y comerciar con el ganado y los cultivos, cuidados por la familia García.  Es un hogar de hombre, que impregna todo con su orgullo, su látigo y su virilidad. Se convertirá en lugar de retiro para él cuando se pelee con Clara. Así que se asocia con el trabajo físico y la fuerza. Amuebla la residencia con «piezas grandes, pesadas, ostentosas, hechas para resistir muchas generaciones y adecuadas para la vida de campo», y las acomoda «contra las paredes, pensando en la comodidad y no la estética».
Por otro lado, está el espacio de la casa de la esquina, que representa el mundo de la ciudad, y con ello el poder urbano y político de senador Trueba. Es un lugar mágico, en él transita gente de todo tipo a visitar a Clara para que esta les ayude, así que se transforma en lugar de acogida y peregrinaje. Pertenece a Esteban, pero Esteban la levantará a golpe de talonario para ofrecérsela Rosa y desde entonces la casa de la esquina simboliza la feminidad Esteban quiere que la casa refleje su riqueza y prestigio, que en su opinión es «propio de los pueblos extranjeros», como el europeo. Con el tiempo será el hogar de Clara, y ella mágicamente le dará vida: «protuberancias (...) de múltiples escaleras torcidas que conducían a lugares vagos, de torreones, de ventanucos que no se abrían, de puertas suspendidas en el vacío, de corredores torcidos y ojos de buey que comunicaban los cuartos para hablarse a la hora de la siesta»; será un hogar vivo, un ser vivo más, que además crece en habitaciones como un laberinto para recoger a los necesitados de esta y refugiados políticos. Tanto se asocia la casa a Clara que después de ella empieza a deteriorarse y perderse este hogar. Sin embargo, tras su muerte, Clara permanece espiritualmente en la casa, y ella y su esposo hacen las paces. Su reconciliación se refleja en la apariencia de la casa: la barrera invisible que separaba el territorio de Esteban en la parte delantera y las estancias posteriores de Clara desaparece, y la mansión recupera su antiguo esplendor.



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